Me encantan los matices del lenguaje. Le pido a la jovencísima auxiliar de enfermería que ha venido a hacer la cama de mi padre que si puede cambiar las sábanas con las que me hago el sofá camá. Sí, claro. Le digo, colaborando: “Tenga las sábanas viejas”. Lo agradece, sonriente: “Vale, recojo, estas sucias y le doy unas nuevas”. Me choca, con lo limpio que yo soy, pero entiendo que a ella le haya chocado lo de viejas, con lo flamante que es el hospital. Le explicaría tranquilamente que para mí “viejas” no es, ni mucho menos, una calificación peyorativa, pero tiene prisa y se va.
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