domingo, 10 de diciembre de 2017

Cyrano y su circunstancia


Hace meses tuve la feliz idea de ir al teatro con mis hijos a ver Cyrano de Bergerac, y reservé las entradas de esta noche. Pensé que la rima, las espadas, el amor, la nariz (con perdón) y  las continuas protestas de los niños cada vez que Leonor y yo salimos sin ellos  harían que el plan saliese redondo.

Entrar en el teatro les ha gustado. Hemos saludado al alcalde, que les ha regalado un boli. El boli era sospechosamente rojo y me malicié que David de la Encina les había soltado a mis hijos un boli del PSOE. Luego vi que no, que era del "Ayuntamiento del Puerto de Santa María", y me quedé la mar de satisfecho.

La obra empezó bien, pero no para los que se sentaban delante de nosotros. Se volvió muy serio un señor muy calvo, como de película española, a decirnos que el niño daba pataditas en el respaldo de su señora. Cierto. Como no le llegaban los pies al suelo, Quique se balanceaba, ay. 

Le ordené que se quedase inmóvil, cual estatua de mármol.

Pero no. El señor se volvió a volver. "Es de suma importancia que el niño deje de dar patadas", me dijo. Yo, crecido por Cyrano, sopesé la oportunidad de un duelo en el teatro, que tendría algo de mise en abyme y de homenaje a Rostand. El problema es que el caballero tenía razón y Quique balanceaba los pies, y a mí no me importa dar las batallas que sean necesarias, pero sólo si son justas.

Me pasé el resto de la obra retorcido, para aguantar las piernas de Quique, que no sabía qué le extrañaba más, si las peripecias de Cyrano o mi torsión. Aprovecho para decir que llevaba unos días con dolores de espalda, además, que ahora se han agravado.

Con el rabillo del ojo veía que Leonor también tenía su ten con ten con Carmen y sus piernas colgantes.

La obra resulta bastante larga, al menos en nuestras circunstancias.

Que eran ideales para apreciar un matiz del final de Cyrano que quizá no controló Rostand, pero que resulta estupendo. Dice Roxana que ha perdido dos veces al mismo ser, y eso nos anima a comparar las dos pérdidas. La sobriedad de la muerte de Christian de Neuvilette contrasta con la muerte un tanto egocéntrica de Cyrano. Le salió mejor la muerte escrita que la real (no a Rostand, a Cyrano), y eso es otro símbolo metapoético en una obra que está llena de ellos. Vivmos, Cyrano, mejor por escrito, morimos mucho mejor.

Me ayudó a verlo que, a esas alturas, con Carmen dando cabezadas y Quique con calambres en la pierna, estaba deseando que aquello acabase como fuera.

Hemos aplaudido a rabiar.






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