martes, 2 de enero de 2018

Equilibrio


Como no paran de hablar y de gritar, me voy del salón al cuarto de estar, haciendo grandes aspavientos teatrales, refunfuñando, para leer allí ¡por fin! tranquilo. A los veinte minutos, aparecen. Me halaga, secretamente, ese imán paternal. Enrique, buscándome las cosquillas, se pone a cantar, pero lo hace tan dulcemente que no interrumpe mi lectura, sino que la arropa. Carmen, para defender mi concentración, se echa por detrás del sofá e, hincándome las rodillas en la espalda, me tapa con sus manitas las orejas con mucha fuerza mientras chista a su hermano, furiosa. Hay un cruce del que saltan chispas. Quique quiere molestarme y no lo hace, Carmen quiere que nadie me molesta y lo hace ella, y yo me caliento, calladito, haciéndome el sesudo lector, en esas chispas.


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