Flatito
En el almuerzo se me escapó un flatito, como a un niño. Nada grave, diría yo. Pero con el rabillo del ojo vi que Leonor se había ruborizado, qué digo ruborizado, se había puesto roja como un tomate, ¿cómo un tomate?, qué disparate, roja como una cereza, con brillo. Me dio lástima por ella. Y por mí. Y, por otro lado, qué mona estaba, qué conyugalmente adolescente. Ya estuve ponderando hasta los postres si tenía que arrepentirme o solozarme.
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