miércoles, 9 de mayo de 2018

Carta a Carmen



Carmen, hija, cuando dentro de doce o trece años leas esto, quiero que sepas que no me importó en absoluto, después de haberos recogido en la parada y después de haber ido por hojas de la morera para el gusano de seda que traías en la mano, y de llegar por fin a casa, tener que volver a recorrer sobre todos nuestros pasos, porque se te había caído, ay, el gusano. Sabías (lo dije siete u ocho veces) que no tenía escrito el artículo que había que mandar en una hora, pero por ti todo. Te empeñaste en ir y volver dos veces, y yo fui y volví. Bien. Tampoco me importó que no estuvieses dispuesta a regalárselo a tu hermano por nada del mundo, pero que, cuando lo perdiste, no resultases tan afectada como cuando sugerí el regalo habida cuenta de que ya tienes otros gusanos de seda. Así es la naturaleza humana. Ni vi mal que me contases que no pensabas contarle a tu amiga Martita que habías perdido su gusano. Un silencio a tiempo es una victoria. Pero lo que no te perdono es el consuelo. Que mirando mi cintura me dijeses: "En todo caso, papá, te viene muy bien andar".


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