Platón y Aristóteles
Enrique se baja lloroso del autobús. Le han robado, denuncia, su taco de cartas de monstruos. Intento un argumento hedónico: «Qué suerte, porque eran muy feas». No le convence. Me voy a Sócrates: «Bueno, Quique, no olvides que es muchísimo mejor ser robado que robar». Me mira serio, con un brillo de desprecio intelectual en unos ojos especialmente brillantes por las lágrimas: «Será menos malo. Lo mejor es ni una cosa ni otra: ni ser robado ni robar».
Le hago una reverencia.
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