jueves, 10 de enero de 2019

Criando ácratas


Carmen se ha ido a casa de una amiga. Leonor y yo le proponemos a Quique dar un paseo hasta la playa, pero está muy cansado del día de colegio y declina nuestra oferta.

Leonor, tan moderna, propone una votación. “Dos contra uno a favor del paseo”, proclama el resultado. “Tienes que venirte”. Veo la angustia de mi hijo por esa dictadura de las mayorías y me entra un sentimiento de piedad predemocrática. Prefiero, me digo, el autoritarismo: “No es, Quique, la democracia, es la autoridad de tu madre la que te obliga a dar el paseo”, y veo que, siendo el resultado igual, es menos aplastante, quizá porque se puede protestar mejor, quizá porque puede apelar a una piedad personal.

De hecho, protesta y apela.

Hace ambas cosas, y yo, tribuno de la plebe, autoritario ácrata, considero que la solución es que el niño de siete años se quede solo en casa a cargo de la chimenea, mientras su madre y yo damos un buen paseo hasta la playa. Allí tomé esta fotografía de un andaluz preocupado por el pacto:



Nosotros no estábamos tan tranquilos, sobre todo la madre, y volvimos rápido. Pero el paseo fue delicioso y Quique había recibido, además, una lección de teoría política.

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