Ayer presumía del ánimo de Quique por tierra, mar y aire. Hoy vengo a todo lo contrario. Esto es, a seguir
presumiendo, vaya, pero de su desánimo. No puede uno reírse siempre. Bien está caerse del caballo y no levantarse
en la tabla, morder el polvo y sorber el agua sin derramar una lágrima, pero hoy, me ha
contado su hermana, se puso lloroso. En una bolsa de la federación de vela
habían escrito su nombre así: «Kike»; y él se quedó petrificado ante el horror con los ojos fijos, bajos, incrédulos y acuosos. «Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé»...
El monitor no podía explicarse qué había pasado hasta que se
lo ha explicado entre humillados hipidos. «Hombre, eso lo arreglo yo en un
momento, no te angusties», ha dicho y ha hecho dos «Q» que eran dos garabatos con un rotulador muy gordo, según
Carmen, más caligráfica; pero que han satisfecho el pundonor de Quique. Como ayer, aunque por todo lo contrario, lo he felicitado igual.
[A ver si mañana puedo no
presumir de niños, hoy me ha resultado imposible.]
En Tuiter bastaría un RT o darle al corazoncito para mostrar el respaldo o agradecimiento. Pero esto es un blog, y hay que tomarse la molestia de escribir un comentario para dar las gracias de que haya niños así (porque hay padres así aún), y me parece justo y razonable: en esta época de trazo grueso y posmo, de titular vacuo y bandos irreconciliables, a la belleza de la ortografía hay que sostenerla con la palabra entera.
ResponderEliminarYa lo sabe, don Enrique: somos fans de su familia. ¡Queda un torreón con todas sus almenas!