Bajo a la playa con una bolsa de tela de libros. Esa tela es al cuadrado, porque la bolsa es de ese material y porque lleva un montón de libros. A veces, en un despiste o por una pisada demasiada cercana de un niño, se me llena de un puñado de arena. Hoy también, pero de otra arena. Como soplaba un poniente largo, me abría, travieso, la boca de la bolsa, y colaba la arena que levantaba.
Era una arena muchísimo más fina, como pasada por el colador invisible del viento. Al principio, porque también meto el móvil y la cartera en la bolsa me ha preocupado y he pensado escribir una moraleja a esta entrada sobre los peligros mayores que tienen los taimados y tamizados. Luego, tras soplar muy bien en las ranuras del móvil, se me ha pasado la preocupación. Y hasta me ha alegrado la leve observación sin más ni más. En la bolsa había tela de arena, pero era de seda.
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