martes, 5 de octubre de 2010

Manos y pies

Como guardaba en la manga una anécdota muy estilizada, pude ir muy contento a comer con la familia de mi mujer, tan exquisita. Me habían contado que alguien se asombró ante las finas manos de la Duquesa de Osuna. Ésta, quitándose importancia, contestó: “Son cinco siglos sin trabajar”.

Se celebró mi anécdota educadamente, y mi suegra de inmediato aportó otra. Alguien le dijo al general de caballería Francisco Merry Ponce de León, conde de Benomar: “Qué pies tan pequeños, mi general”, a lo que el militar respondió: “Generaciones a caballo”. Nos encantó la anécdota, que era manifiestamente mejor que la mía.

Y no sólo porque fuese de mi suegra, que ya es razón bastante, sino por sutiles matices que merece la pena comentar. A estas alturas, el trabajo ha perdido esa huella infamante que tuvo en la vieja España de los hidalgos. Primero, porque hemos ido valorando más y más la posibilidad de aportar algo a la sociedad, y segundo y ahora, porque un empleo, con el paro creciente y rampante y desbocado que tenemos encima, es un privilegio que vale como un marquesado y, si es fijo, como una grandeza de España. La finura de las manos, si es al precio de no trabajar, hoy por hoy no la querría casi nadie.

En cambio, el militar tenía los pies pequeños por hacer su trabajo. Ir a caballo goza de un aura de privilegio, no vamos a negarlo, pero es un privilegio que si la ocasión lo requiere se paga con la sangre en defensa de todos. En esas condiciones, lo pies pequeños nos parecen justificados y, todavía más, legítimos. Por otro lado, desde un punto de vista estético, hay un contraste gracioso entre la delicadeza de chinoiserie de un pie pequeño y la cruda rudeza del ejercicio militar.

Un tío de Leonor, nos informó de que, a cuenta de la memoria histórica y porque le confundieron con su hijo, a ese general (que hizo la guerra… ¡de Cuba!) le quitaron una calle de Sevilla para dársela a Pilar Bardem. Que tiene, apunté, una boca grandísima, supongo que por la de los lustros que lleva gritando en las manifestaciones… Pero en la mesa no es correcto hablar de política, y mi suegra cambió de tema enseguida.

5 comentarios:

  1. Por diversos escrúpulos, no colgué este artículo en su día en los RyT. Pero resulta que me lo han pedido dos (¡dos!) personas, que lo leyeron en su momento en Alba y que no lo encontraban por aquí. La primera vez, dije "bah", porque era un familiar muy forofo. Hoy, cuando me lo han pedido por segunda vez, me ha hecho una ilusión muy grande y he dicho "¡va!".

    Lo traigo, aun a riesgo de que poca gente lea el magnífico comentario de AF-D, en el que desenmascara muy bien mis pudores y coge el toro por los cuernos.

    ResponderEliminar
  2. No necesariamente se dejan de leer comentarios de post anteriores al publicar uno nuevo.
    Yo, al menos, como puedo leer aquí solo de vez en cuando, el día que leo leo todo lo antiguo con sus comentarios correspondientes. A veces me alegro de haber tardado porque así me encuentro con más comentarios.
    Te agradezco mucho que hayas traído tus manos y pies aquí ya que han resultado verdaderamente gloriosos.
    Y en contra de la reacción de tu suegra te diré que la comparación de la Bardén no desmerece nada junto a la duquesa de Osuna y el General Merry. Me ha hecho muchísima gracia, muy agudo.

    ResponderEliminar
  3. La Bardem, por cierto, es una rama de otra aristocracia no menos endogámica: la teatral. El otro día viendo una placa me enteré de su parentesco con las Muñoz-Sampedro. El teatro, como ahora el cine, es cosa en España -también- de tres o cuatro apellidos.

    ResponderEliminar