Cuando la actualidad me desespera, leo la Divina Commedia. Me paso la vida, pues, leyéndola. (Leonor muchas veces me pregunta para qué comprar tantos libros —que no nos caben— si siempre vuelvo a unos pocos, los mismos.)
Lo cierto es que aquí y ahora el Más Allá de Dante me hace mucho bien. Es posible que él lo escribiese también buscando consuelo ante la triste situación de su amada Florencia, mucho más presente en sus versos que el platonizado amor por la sonrisa de Beatriz, ay, inasible.
Ayer atravesé el Canto XVIII del Inferno, donde se castiga a los mentirosos. Nos muestra a los aduladores, bañandos en mierda —lo siento: Dante es escatológico en todos los sentidos. En este pasaje, Dorothy L. Sayers, que escribió las más graciosas notas sobre la Commedia, observa que, si Dante hubiese conocido nuestra época, habría llenado a rebosar esta bolsa del Inferno con políticos demagogos, publicistas, periodistas… No sé, porque de mentirosos de todo tipo, el inicio del siglo XIV estaba tan bien surtido como el del siglo XXI.
La pregunta es por qué Dante escoge a los aduladores como arquetipo de los mentirosos, cuando son, parece, los más agradables. Quizá porque son los peligrosos, los que sí engañan. Y porque es la mentira en la que más tentados estamos todos de pringarnos, buscando ser simpáticos, moderados, políticamente correctos…
Desde el Inferno de Dante se entiende bien éste.
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