Mi mujer me ha dejado. Por este fin de semana. Y lo peor es que no ha sido por culpa de Dante, que tendría cierto estro trágico, sino para ir a la despedida de soltera de Ana Liniers. “¿Despedida de soltera?”, dirán algunos, “¿pero la elegante de tu familia no era tu mujer?” Lo es, sí, pero…
Yo he hecho de la necesidad virtud y me he pasado toda la semana sin protestar apenas por el plan. A fin de cuentas, mi mujer y sus amigas son virtuosas y no hay mucho que temer. En el fondo, sí que estaba muy fastidiado por esta cosa espúrea y cutre que se nos ha colado en España. ¡Cómo si no hubiese ya bastantes celebraciones con la delicada pedida de mano y la exuberante comilona que suele seguir (y eclipsar, me temo) al sacramento del matrimonio!
Al final, sin embargo se me ha notado un poco el disgusto. Cuando estaba despidiendo a Leonor, ayudándola a meter la maleta en el coche le he preguntado:
—¿Y qué broma le vais a gastar a la pobre Anita Liniers?
—Nada, creo que la vamos a disfrazar de cateta…
—Pues buscaros otro disfraz, porque, entre diez amigas en una despedida de soltera, en una despedida de soltera -he insistido-, una chica vestida de cateta no va a resaltar nada en absoluto…
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