Uno de mis recuerdos es mi padre leyéndome poemas de Marinero en tierra antes de dormirme. Le pedía obsesivamente la “Nana de la tortuga” y comenzaba así mi camino de poeta. Y renunciaba a la carrera de novelista, pues los cuentos no me interesaban tanto. Mi padre --imagino ahora que con gran paciencia-- me leía la nana una y otra vez y yo tengo grabada para siempre la música del verso en su voz varonil.
Hace dos o tres años, en una incursión de saqueo en la biblioteca paterna, di con la poesía completa de Alberti en la preciosa edición de Aguilar. La abrí y me encontré con que la cinta marcadora roja estaba aún en el viejo poema de la tortuga. Había dejado una marca sobre el papel y desteñido un poco. Aquello fue un golpe de emoción y memoria como de magdalena de Proust. Devolví el libro a su sitio, porque lo mejor me lo había llevado hacía muchos años.
NANA DE LA TORTUGA
Verde, lenta, la tortuga.
¡Ya se comió el perejil,
la hojita de la lechuga!¡Al agua, que el baño está
rebosando!¡Al agua,
pato!Y sí que nos gusta a mí
y al niño ver la tortuga
tontita y sola nadando.
Y ahora caigo en que quizá mi lentitud para todo la aprendiese igualmente de aquella tortuga. Aunque no sé si hay que llevar las influencias hasta tan lejos: el perejil, por ejemplo, me deja frío…
Entre los juegos de Rocío y tus precedentes poéticos de la infancia me habéis animado a escribir algo sobre esto. Gracias.
ResponderEliminarEs muy bonita la remembranza de tu padre...
ResponderEliminarConduciendo no eres muy tortuga. No doy detalles porque va a entrar pronto el carnet por puntos.
ResponderEliminarEse hallazgo del señalador sin duda ha valido más que una tumba faraónica completa o el eslabón perdido...
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