lunes, 13 de noviembre de 2006
Elogio breve del divorcio exprés
Ayer, antes de almorzar, acababa mi próxima colaboración con Alba, donde me dejaré caer --con la levedad de una hoja otoñal-- contra el divorcio. Mi mujer me llamó cuando la comida estuvo lista [Nota para los vigilantes de lo políticamente correcto: entre semana cocino yo]. Tuvo doble mérito su sesión de restauración, porque ella estaba desganada y sólo tomó fruta. Yo comí como siempre, esto es, por los dos. A la media hora, la cabeza me estallaba y el estómago se derrumbaba como el Estado de Derecho. Algo me había sentado mal, muy mal. Acostado, con la cama dando vueltas en el vacío, por un momento recordé el divorcio exprés con gratitud. No porque yo pensara divorciarme, eso no; sino porque su mera existencia hacía inverosímil un asesinato con cianuro.
Haría falta un "Elogio Largo del Noviazgo Ídem".
ResponderEliminarTú que sabes de retórica y sus términos: si hubieras titulado "Elogio exprés del divorcio breve", ¿cómo se llamaría (si se llama) la figura?
ResponderEliminarNo diré que ardo en curiosidad, pero un calorcillo sí que siento, por saber de tu argumentación en contra de que se divorcien los demás.
Suena a hipálage, pero no sé. Me enteraré bien, aunque sólo sea para estar a la altura de tus elogios.
ResponderEliminarPor otra parte, me he expresado mal: no argumento contra los divorcios, qué va: simplemente me dejo caer y muy suavemente, con una broma llena de corrección.
La única vez que he hablado del asunto, fue una artículo para para ensalzar sus ventajas. Como veo que no logro enlazarlo, lo copio aquí, aunque sea un poco largo.
VENTAJAS DEL DIVORCIO
De mi montaraz artículo “Contra las bodas” llamó la atención, paradójicamente, una leve indirecta contra los divorcios. He recibido las airadas protestas del colectivo de divorciadas “Libertad sin ira” y de la agrupación masculina “Al fin solo (sin ‘s’)”. Haberlos puesto de acuerdo en algo es un prodigio tan extraordinario, como saben los jueces, que me he sumido en profundas reflexiones.
Y he visto las ventajas del divorcio. No para los sentimientos ni la vida de los afectados: cada cual es un mundo íntimo en el que no puedo ni quiero entrar. Ciñéndome a las ventajas públicas, la más palmaria es Letizia Ortiz, que seguiría aún la casada con un semi-anónimo profesor de instituto que escribe en sus ratos libres. Mi mujer, la pobre, sabe muy bien lo duro que es eso. En cambio, Letizia, gracias al divorcio, va cogidita de la mano del Príncipe de Asturias, emocionando al respetable y asegurando, ahí es nada, la continuidad de la Monarquía.
Todavía de mayor interés general es el freno que el divorcio supone al vertiginoso descenso de la natalidad. Muchos desean consolidar sus nuevas relaciones y, aunque en su primer matrimonio se ponían furiosos al oír hablar de otro embarazo, ahora se dedican gustosamente a aumentar la prole. Lo demuestran las estadísticas, y se puede ver en ilustres casos de papel couché, como el de los Albertos o el de Julio Iglesias e Isabel Preysler, cuya prodigiosa trayectoria progenitora es aradigmática.
Casi todos los chollos inmobiliarios —que hacen falta, porque los chollos hipotecarios sólo los consigue Montilla, el condonado—, se deben a un divorcio que impele a la liquidación urgente del patrimonio común. También los bares de copas, que tradicionalmente veían limitado su público a la juventud, siempre pobretona, hoy se encuentran con una madura, nutrida y pudiente clientela de ex maridos y ex mujeres. ¡Cuántos negocios van viento en popa porque muchísimos matrimonios se van a pique: bufetes de abogados, psicólogos, revistas de autoayuda, gimnasios, centros de cirugía estética, tiendas de moda juvenil, concesionarios de coches deportivos…! El divorcio es uno de los grandes motores de la economía.
Y, sin embargo, nuestro corazoncito se resiste. Nadie recibe con enorme alegría la noticia del divorcio de sus padres o de unos buenos amigos o de alguno de sus hijos. Según las estadísticas, cada 3,9 minutos se rompe un matrimonio en España; así que puede que usted, que empezó a leerme felizmente casado, esté a punto de divorciarse cuando se acerca al final del artículo. Si la mera posibilidad no le horroriza un poco, deje el periódico y busque con urgencia en las Páginas Amarillas un gabinete matrimonial. Lo necesita. A la mayoría, sí que nos horroriza; incluso a los casados en segundas nupcias, o más a ellos, que ya han pasado por ese trance. El ser humano es egoísta y nos cuesta mucho, me temo, sacrificarnos por el bien común.
Muestra más preocupación por los demás quien les dice que algo es malo para ellos y no aquél que les deja "hacer lo que quieran" sin siquiera avisarles de sus peligros.
ResponderEliminarSí, bueno, juan ignacio. Algunos respetan a los demás lo bastante para no entrometerse en su vida privada. Otros en cambio se sienten autorizados, no ya a incordiarles con consejos no solicitados, sino (en cuanto pueden) a obligarlos con leyes.
ResponderEliminarDiría que es una diferencia importante y bastante definitoria entre unas personas y otras, y estoy contento de pertenecer al primer grupo.
Lo que importa es buscar entre todos "la mejor ley", que tendrá valor por "ajustarse al bien", no porque la imponga alguien.
ResponderEliminarNo puedo estar más en desacuerdo con Ignacio. Muchas veces, es sintomático de un egoísmo brutal, o de una tolerancia mal entendida (lo mismo da), el no inmiscuirse en la "vida privada" de los demás. Además, ¿qué se entiende por "vida privada" en este caso? ¿Acaso no pertenece al bien común de la sociedad el bienestar material, pero sobre todo, afectivo, de los hijos? ¿Y el del cónyuge abandonado, o que queda en peor situación? Y, si efectivamente pertenece a la "vida privada" lo que suceda en un matrimonio, ¿por qué el Código Civil se mete a disciplinar (antes del divorcio exprés) el destino que ha de darse a los bienes de la pareja en caso de divorcio o separación? ¿No pertenece también a la vida privada la decisión de fumar o no fumar, y hasta el legislador nos dice cuándo, cómo, dónde, se puede uno/a dar al cigarro? ¿Y los accidentes de tráfico, no pertenecen también al sacrosanto ámbito de lo privado? ¿Por qué el Estado se tiene que meter en que la gente se mate, o se deje de matar, por la carretera? ¿Y el suicidio? ¿Por qué se castiga en el Código Penal el auxilio o la inducción al suicidio? ¡Acto más privado y soberano no cabe! ¿Por qué se dice a los jóvenes lo que deben pensar, vestir, qué anticonceptivos deben usar, etc.? ¿No se ataca también con ello su esfera privada? ¿Por qué hasta el Ayuntamiento de Madrid nos dice que recojamos la basura "a pares" para fomentar la "igualdad de género"? Los ejemplos se podrían multiplicar hasta la saciedad. En fin, que todo pertenece al recinto de lo privado, pero al Estado (omnipresente y totalitario) le importa un reverendo bledo para regular hasta los más insignificantes y nimios aspectos de nuestra vida. Y sin embargo, no se para en marras para permitir que el vínculo matrimonial, creado por el consentimiento libre y voluntario de dos adultos, pueda destruirse sin mediar causa alguna que lo justifique (tan sólo la omnímoda y ultraindividualista voluntad de uno de los cónyuges), permitiendo abandonar a su suerte al otro, o, en el peor de los casos, a unos hijos menores de edad. El Estado se erige en juez y árbitro de nuestras conciencias para lo que le da la gana, carece de la más absoluta legitimidad para amparar tamaña injusticia. Bajo la apariencia de una medida inocua y respetuosa de la libertad individual, lo que se pretende es socavar las bases del matrimonio, que es, por otra parte, lo primero que han hecho al llegar al poder los grandes dictadores de la Historia (recuérdese el amargo caso de la Rusia de Stalin). (Perdón por la perorata, pero me ha salido del alma). Un saludo.
ResponderEliminarBueno, Verónica, su entrada pide demasiadas respuestas. No me parece tan difícil distinguir entre privado y público, y aunque siempre habrá una zona de intersección discutible no creo que el dejar de estar juntos quienes antes lo estaban entre en esa franja.
ResponderEliminarPor orden: hijos y bienes: son cosa de derecho público y por ello la ley regula los deberes y obligaciones correespondientes. Irse a por tabaco y no volver no es un divorcio legal y civilizado, como usted sabrá.
Suicidio: no puedo estar más de acuerdo. Penar el suicidio es absurdo se mire como se mire, excepto si conforme a algunas religiones se afirma que la vida pertenece a dios y no a uno mismo (pero ustedes -la asumo religiosa, disculpe si yerro- ya no quieren que la ley civil se adapte a sus normas, ¿verdad?).
Cinturón de seguridad: tiendo a pensar también que es una extralimitación del poder. Oblíguese a los fabricantes a ponerlos, ahí acaba la esfera del gobierno.
Tabaco: las leyes antitabaco se formulan con el propósito expreso de salvaguardar de daños a terceros. ¿Que se puedan encontrar contradicciones internas, reveladoras de que se trata de no dejar fumar? No lo dudo, y está mal. Corríjase, pero la ley en sí es legítima y necesaria.
Adoctrinamientos varios: no son imposición legal, y por tanto están en un escalón de gravedad mucho menor. Me molestan también, no obstante, como me molestaba (e imagino que a usted también) el adoctrinamiento religioso obligatorio, cuando lo había, y como me molesta que se reclame el derecho a adoctrinar. No me gusta el Estado, no me gustan las imposiciones, no tolero que se toque mi ámbito privado si puedo evitarlo; creo que a estas alturas ha quedado claro.
He respondido a sus ejemplos. Al párrafo que viene antes, ese del egoísmo, no puedo añadir nada que no estuviera en mi respuesta anterior. Somos tipos diferentes de personas. Tengo unas tías que nada más llegar a casa ya están enmendando la plana a todo el mundo y divciéndoles lo que tienen que hacer con sus cocinas. sus vidas y su ropa. Me gusta no ser como ellas.
Y al última frase, esa que señala una conspiración para socavar no sé qué... le diría que se lo pensara, que está muy cerquita de la paranoia.
Mi talante(perdón)liberal, acentuado por una muy poca cristiana indiferencia, que mis amigos, tan buenos, confunden con tolerancia, me lleva a estar en las antípodas de esas tías ignacianas. No me gusta decirle a nadie que tiene que hacer. Así que con algunas lógicas matizaciones comparto las posturas de Ignacio, y no me extrañaría que Verónica también. Lo que sí mantengo son dos cosas: la libertad mía, de mí, conmigo de tener un juicio y defenderlo, sin zaherir a nadie personalmente; y también que la última idea de Verónica no es una paranoia sino un hecho: la familia se convierte siempre (por su origen natural y por estar fundada en otros principios) en una resistencia al poder y es lógico que, desde los totalitarismos, se intente desactivar esa célula de la resistancia. Así lo han intentado.
ResponderEliminarAh, por supuesto. Opinar sobre las decisiones de los demás, conocidos o no, es la salsa de la vida. Es sólo que no hay que imponerles esas opiniones, y hacérselas oir es ya una primera imposición.
ResponderEliminarComo soy tan chiquitito,
ResponderEliminartengo tan poquita voz
que cuando opino me escucha
el que quiere, no el que no.
Aquí, la paranoica, no tiene nada más que decir. Me remito a las más sabias, lúcidas y humildes palabras de nuestro poeta del momento: el autor de este blog. Gracias por suscitar este interesante debate, y siento si lo que dije ha podido escocerle a alguien. Habrá sido mi torpeza... Un saludo muy cordial a todos, especialmente a Ignacio. Cuídense mucho.
ResponderEliminarNo, yo soy difícil de escocer.
ResponderEliminarUn saludo cordial, verónica.
De escocer, muy difícil; pero fácil escociendo, Ignacio. Hay que ver qué velocidad lanzando lo de la paranoia y con qué injusticia.
ResponderEliminarÉl lo hace sin querer, Verónica, son los resabios del laicismo militante y hay que llevarlos con resignación cristiana. A fin de cuentas, nosotros también tendremos los nuestros, que ellos han de llevar con estoicismo pagano.
Como escribió el "agónico" Unamuno -más cristiano de lo que él quizá pensase- "Sobre todo en amarnos, entendámonos o no, y no en entendernos sin amarnos, estriba la verdadera vida". ¡Gracias por hacerme pasar tan amables ratos!
ResponderEliminarNo cabe duda de que la presencia de Ignacio beneficia este blog. Le haría una pregunta, si tiene a bien contestarla:
ResponderEliminar¿Por qué nuestro derecho no permite que un hombre y una mujer con capacidad jurídica y de obrar, en el pleno ejercicio de sus derechos civiles y de su libertad puedan acordar entre ellos un matrimonio indisoluble? ¿un matrimonio que no pueda resolverse después si uno de ellos se arrepiente?
No se olvide que nuestro derecho sí admite v.g. el mandato irrevocable (vincula aunque luego el mandante se "arrepienta").
Obsérvese que no es una cuestión de religion o de moral, sino de simple libertad, de respeto a la libertad de pactos.
Ahora el matrimonio no es ya que no sea eso, es que no ni tan siquiera es en puridad un contrato, ha quedado reducido a una farsa con menos fuerza que una simple compraventa, o un arrendamiento: los contratos sólo pueden resolverse por causas tasadas, y nunca por el mero desistimiento unilateral de una de las partes. El matrimono sí.
Esto, evidentemente, perjudica a la estabilidad del matrimonio, y por ende a la familia, el único reducto de verdadera libertad que nos queda.
Creo que una confusión importante es la siguiente:
ResponderEliminarLas personas religiosas no queremos que las leyes se adapten a nuestras normas. Lo que sucede es que las normas que tenemos (en el caso de cristianos católicos) son más que razonables y muchas de ellas aún los ateos las pueden aceptar sin violentar su conciencia; basta profundizarlas un poco. (No soy un experto en cada uno de los temas aquí planteados, pero tengo algunos conocimientos). Además (y por eso mismo, por ser razonables) en un sistema democrático (bueno, así lo llamamos) estamos autorizados a proponerlas, como otros hacen con las suyas.
Pero temo alterar el rumbo de esta discusión, que a tan buen puerto parecía estar llegando. Además, una cosa es la disputa por las leyes y otro la libertad que tiene Enrique de decir sus cosas, que las dijo pocas y justas, más luego le fue pedido que diga más, y ahí armose la “trifulca” .
Si sirve de algo, quede escrito.
Saludos.
Respondo por su orden, trataré de no dejarme nada atrás.
ResponderEliminarQuerido anfitrión, esta vez me toca quejarme: no me agradan esos paños calientes que pones en mi nombre. Ni he dicho nada sin querer ni son mis palabras producto de ningún resabio (?) sino que reflejan mi pensamiento tan fielmente como sé yo ponerlas a ello.
Aunque yo habría preferido dejarlo correr, no puedo (no quiero) dejar que quede así la cosa. Entrecomillo la frase dque califiqué y sigo calificando de paranoica: "Bajo la apariencia de una medida inocua y respetuosa de la libertad individual, lo que se pretende es socavar las bases del matrimonio, que es, por otra parte, lo primero que han hecho al llegar al poder los grandes dictadores de la Historia".
No conozco en detalle las maniobras que el siniestro Hitler o el terrible Stalin desncadenaron contra la familia, aunque no pongo en duda que fueran, como toda su acción, terribles y opresoras de la libertad. Pero lo que dice aquí Verónica es que este gobierno de ahora, con lo que es poco más que una medida administrativa de agilización, se propone (disimuladamente) destruir la familia. Eso es paranoia aquí, en Pekín y en cualquier parte. Y si te parece una calificación injusta creo que deberías argumentarlo.
Verónica: estoy de acuerdo en que Unamuno era cristiano (o en su defecto, tenía un grave problema de coherencia).
ResponderEliminarY ya que he declarado alegremente (soy un tipo alegre, más o menos) no estar molesto, corríjame si me equivoco: usted tampoco lo estaba mucho, ¿verdad? Lo digo porque siempre hay quien llama trifulca a un desacuerdo.
Dal, voy a empezar a contestarle con una exclamación: ¡hay que ver cómo son ustedes los cristianos de egocéntricos! Pero hombre de dios, ¿por qué habíamos (todos, la sociedad) de elevar a rango de ley cualquier tipo de contrato privado que se propusiera? ¿acaso los jugadores de póker piden que se dé fuerza legal al contrato entre partes que obliga a pagar las deudas?
ResponderEliminarCreo que el planteamiento es inverso: ¿restringe la figura del matrimonio, tal como está concebido en nuestras leyes, la posibilidad de mantenerlo hasta la muerte? No, ¿verdad? Entonces el matrimonio cristiano indisoluble tiene cabida en nuestro régimen legal: no hay impedimento alguno, no hay ataque a la familia que valga. El que no quiera divorciarse, no tiene por qué hacerlo. El que se sienta obligado por una ley privada, obligado podrá quedar.
Podría yo preguntarle a usted, ya que estamos: ¿para qué habría de querer una pareja cristiana ese tipo de contrato legal? ¿acaso no creen suficientemente en sus propias normas? Extraña religión es esa que pide auxilio a los jueces para evitar tentaciones.
Por otra parte, no me resisto a señalar una frase terrorífica que aparece al final de su mensaje: ¿qué es eso de la verdadera libertad? ¿por qué está sólo en la familia? Yo, que no he formado una familia, ¿no soy verdaderamente libre? ¿no lo son los curas célibes?
Juan Ignacio: buen intento, pero no. Es cierto que todo el mundo tiene derecho a proponer en plaza pública y someter al criterio de la mayoría sus propuestas de leyes, por extravagantes que sean. El único requisito, diría, es que no atenten contra unos valores mínimos de acuerdo, que se pueden resumir para ahorrar discusiones engorrosas, en la Declaración de los Derechos del Hombre.
ResponderEliminarPero las leyes en democracia rigen la vida pública: nadie, por abrumadora que sea la mayoría que lo apoye, tiene derecho a legislar sobre mi vida privada, sobre con quién me acuesto o me levanto, qué libros leo o qué idea tengo de la felicidad.
Si proponen ustedes normas de vida en común no miraré yo si son o no conforme a la ley de dios, sino si son razonables. Si tratan de legislar mi vida privada con el peregrino argumento de que dios lo quiere así, les tendré que pedir educadamente que se vuelvan por donde vinieron.
Cierto, cierto, mea culpa: soy un partidario firme de las palabras débiles y sinuosas, de los paños calientes, si así queréis llamarlo, aunque yo prefiero en latín: fortiter in re, suaviter in modo. Las discusiones (otro defecto) no me gustan y, si no queda más remedio, prefiero que transcurran con la suavidad de una ceremonia japonesa del té. Mi patriotismo español no cubre las ibéricas maneras de las tertulias de barra de bar.
ResponderEliminarSobre la injusticia: las dictaduras se han cebado con la familia y lo cierto es que ZP, con la loable excepción oblicua de la Ley de Dependencia, no ha hecho nada por ella. Ahora, en los Presupuestos pueden verse las irrisorias ayudas a la familia, en comparación con los países de nuestro entorno. La fobia familiar de ZP no ha llegado, desde luego, a los niveles de los totalitarismos, pero haberla hayla. Digo yo, sin ánimo de ofender, dispuesto a aceptar que esta opinión es opinable y etc.
Ignacio: eso es precisamente lo que dije: que las propuestas de la Iglesia Católica para la vida en sociedad son muy razonables. De ahí que se puedan proponer sin violentar la conciencia de un ateo.
ResponderEliminarY yo lo que dije, Juan Ignacio, es que eso no se aplica al divorcio, que una vez arreglado lo de los bienes y salvaguardado el bienestar de los hijos (cosa que hacen todas las leyes de divorcio que en el mundo hay) es cosa privada por más que ustedes se empeñen.
ResponderEliminarPues ya ves, E.G., a mí las discusiones me gustan tanto que llego tarde a una cena más o menos en mi honor y sigo tecleando. Anoto con el pie en el estribo el elegante shift de "destrucción de la familia" a "pocas ayudas".
ResponderEliminarUn abrazo.
Llegar tarde a una cena en tu honor tiene un punto de elegancia que me alegro que esta discusión te ayude a conseguir. Disfruta.
ResponderEliminarQuerido Ignacio,
ResponderEliminarEntiendo que le tenemos un poco acosado (eso del todos contra uno está mal, incluso en este caso), pero creo que no ha entendido mi pregunta (quizás no mereciese la necesaria atención).
1. Yo, que soy cristiano católico, no me he identificado como tal, y mi pregunta se basa exclusivamente en Derecho positivo.
2. Los ciudadanos, no ya desde el Codigo Civil español de 1889, sino desde el Derecho romano dan a los pactos privados fuerza de ley (esto es, fuerza vinculante)entre las partes (vid. art. 1089 CC o el aforismo pacta sunt servanda). El ejemplo del juego o es muy ingenuo o muy taimado, pero no aplica (obligaciones naturales).
2. El matrimonio, sea canónico o civil, es un contrato, y como tal tiene (o debería tener) fuerza obligacional para las partes. Las leyes obligan a todos, los contratos obligan a los que contratan, pero con análoga eficacia.
3. El matrimonio disoluble restringe la libertad de aquéllos que quieren contraer un matrimonio indisoluble. No es egocentrismo, y la cuestión es la inversa: que los que quieran contraer un matrimonio disoluble lo hagan así, pero que a los que queramos contraer un matrimonio civil indisoluble, también nos dejen hacerlo.
4. Lamentablemente, con el matrimonio actual, quien no quiere divorciarse puede acabar divorciándose si así lo quiere su cónyuge. Y generalmente "pringa" el cónyuge más débil.
5. ¿Va a pedir usted explicaciones a una pareja cristiana acerca de por qué querría un matrimonio civil indisoluble? La respuesta podría perfectamente ser: porque nos da la gana y pagamos nuestros impuestos. Hay otros motivos más de fondo, pero esos bastarían.
6. Sobre la frase terrible, temo que no haya sido correctamente leída o interpretada. Libres son por esencia todos los hombres (aunque la libertada admite grados y desgraciadamente puede ser coartada o reducida al mínimo). "Reducto" o "ámbito" de libertad hace referencia a un lugar donde esa libertad puede ser auténticamente ejercida. No hay otro ámbito semejante al de la familia, donde se quiere a la gente por lo que es, no por lo que tiene, y donde se ayuda al que más lo necesita y todo se pone en común. Ni la comuna, ni la empresa, ni el sindicato, ni cualquier otro "ámbito" o reducto pueden comparársele.
Insisto, no hay referencia cristiana en esto: es derecho, libertad y sentido común.
Gracias en cualquier caso por su respuesta y perdón por el "todos contra uno". Seguro que a nuestro anfitrión no le importaría que pidiese usted refuerzos.
Afectuosamente.
Si es por eso te diré que nunca queda salvaguardado plenamente el "bienestar" de los hijos. Conozco a muchos de esos hijos, son mis amigos. Pero bueno, es un tema para seguir en otro lado quizás...
ResponderEliminarJuan Ignacio, es que nunca queda garantizado el pleno bienestar de nadie. Es lo que tiene esto que conocemos como vida.
ResponderEliminarIgnacio, contestando a su pregunta, le diré que, en efecto, no me sentí demasiado ofendida por la bofetada "virtual" que me propinó (es lo que tiene este relativo anonimato en el que nos movemos), y también que quizá yo me lo busqué un poco... Mi defecto, a diferencia del pacífico Enrique, es soy demasiado discutidora, aunque luego no llegue la sangre al río...
ResponderEliminarCon respecto al fondo de la afirmación que desencadenó el amable adjetivo, hago mías las palabras de los que me han precedido, en aras a la brevedad. Sólo quisiera aclarar que en la reciente (y no tanto) historia de nuestro país, no se ha conocido una batería de medidas tan preñadas de "ideología" como las adoptadas por el Gobierno ZP, concretamente en relación con la familia (¿usted cree que es casualidad?). Creo, con toda franqueza, que la del divorcio exprés no es una decisión destinada meramente a agilizar un proceso civil de disolución del vínculo conyugal, sino que va más allá: su fin último es devaluar el vínculo matrimonial, hasta degradarlo a una categoría por debajo de cualquier mísero contrato civil entre partes. La innecesariedad de esta medida, por otra parte, es palmaria si uno lee la regulación del Código Civil actual, tras la reforma de la Ley de 7 de julio de 1981 (la llamada Ley del divorcio). Luego, si esta medida no hacía falta, ¿por qué introducirla ahora "a machamartillo"? El propósito es mucho más ideológico y de "diseño" de sociedad, de lo que se puede uno imaginar a simple vista. Esto, me temo, sólo es un botón de muestra.
Lo mismo cabe decir de otras decisiones, cargadas de polémica, del ínclito Sr. ZP. No quiero hablar ahora del matrimonio "gay" (no tengo tiempo ni ganas): sólo quiero apuntar que lo que se nos ha dicho desde instancias gubernamentales acerca de que Canadá, Bélgica y Holanda son, junto con España, los tres países que ya lo han regulado en sus respectivos ordenamientos, es sencillamente mentira (y ellos lo saben). Lo que estos tres países han hecho es otorgar, en ley aparte, los mismos derechos a las parejas homosexuales que a los matrimonios, pero dejando la institución matrimonial tal y como está. La definición de matrimonio como vínculo permanente y estable entre un hombre y una mujer no se ha tocado. Parece una diferencia baladí, pero ciertamente no lo es. En ningún país del mundo -repito, en ningún país- se ha hecho lo que nos hemos atrevido a hacer en España: acabar con la definición de matrimonio, para meter en el mismo paquete toda clase de unión entre cualesquiera dos adultos. Usted, probablemente, dirá que eso no supone acabar con el matrimonio como tal. Pero desde mi humilde punto de vista, sí: es como si se equiparasen todos los contratos civiles de transmisión de la propiedad (compraventa, permuta, leasing, donación...): ¿no equivaldría ello a terminar con la compraventa tal y como hoy la entendemos? Cómo será, que hasta en la laica Francia, la socialista Ségolène Royal, y el otrora candidato Jospin, están en contra de la regulación de la cosa...
La familia, guste o no, es en definitiva, un ámbito de libertad muy difícil de manipular. Los miembros de la familia dejan de ser "ciudadanos" (con derecho a voto) para convertirse en "personas". Al igual que, desde el poder, se ha mirado siempre con recelo todas las formas de asociacionismo intermedio entre el individuo y el Estado -véase "La democracia en América" de Tocqueville-, la familia (fundada en el matrimonio) es considerada igualmente como un enemigo a batir. La prueba está en que somos el país de la UE que menos ayudas da a la familia (sí a otras cosas más peregrinas; consulte usted en el BOE la lista de subvenciones del Ministerio de Trabajo o de Cultura), y al que menos parece importarle que España se esté quedando sin hijos. Lo peor es que, en el fondo, le da igual. Es lo que tiene el nihilismo que impregna la nueva religión laica con la que nos están intentando adoctrinar... (Luego dirán que somos nosotros).
Una vez más, le saludo con todo afecto (y espero que saliera muy bien su homenaje...).
Demasiado bien para mi maltrecho estómago, salió.
ResponderEliminarCreo que no tiene mucho sentido seguir discutiendo, hay una falla entre su lenguaje (de ustedes) y el mío que hoy se me antoja insalvable. No entiendo bien sus expresiones, no sé qué quiere decir para ustedes devaluar, destruir, atacar. Tampoco encuentro por ninguna parte esas virtudes intrínsecas de la familia como institución: yo conozco a personas y no a instituciones. Las personas forman familias, las hay que funcionan muy bien y las hay que son el infierno en vida.
Tampoco comparto en absoluto ese modo de razonar según el cual si algunas personas, no importa lo pocas que sean, se comportan de manera diferente a la de uno, están atacando, devaluando o escarneciendo ese modo de comportarse. No veo de qué manera puede ser una amenaza (¡amenaza!) para el que reza el hecho de que otros no recen, para el que ama a las mujeres que otro ame a los hombres, para el que se mantiene feliz con su pareja el que otros se separen.
Pero lo que me parece más difícil de salvar es la percepción de la realidad. Esos peligros que ven ustedes por todas partes yo no consigo verlos. La familia es el modo de organización social abrumadoramente mayoritario en todo el mundo, todas las personas que conozco se han criado en familias, y la inmensa mayoría acaban formando familias. ¿Dónde está el problema, dónde la conspiración y la persecución y el peligro?
Los males que vienen, veremos como los enfrentamos. Pero los que podemos evitar...
ResponderEliminarLo malo es que después de lo dicho supra, lo que quiero decir ahora parecerá un ritual de la ceremonia del té, pero que conste Ignacio que yo sí te entiendo perfectamente, como entiendo, para volver a los orígenes de nuestra amistad, a Charles Ryder, a Julia Mottram e, incluso, a Anthony Blanche... Y mi mujer te diga que ella tampoco me entiende siempre y que lo has expresado muy bien: "hay --de vez en cuando-- una falla en el lenguaje".
ResponderEliminarVaya, había dejado otra respuesta para dal y veo que se ha perdido en el limbo. A ver si mañana, si acaso.
ResponderEliminarSaludos.
Juas, juas. Muy bueno.
ResponderEliminarMe ha recordado un artículo que me publicaron hace tiempo:
Matrimonio Guay