La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos.Entre los momentos gozosos el día de ayer, que aquí marco con la piedra blanca.
Como no puedo perder el tren de vuelta (y se me echa la hora encima —y por consiguiente Leonor también se me echa encima) simplemente un repaso de los lugares vistos:
Real Monasterio de Santa María de Poblet.-Nos lo encontramos bajo una cálida nevada de polen, no sé si de los plátanos de Indias o de los álamos que dan su nombre al monasterio: Poblet viene de populetum (alameda). Allí todo es tan bonito que hasta me entró envidia de los reyes de Aragón, que lo disfrutan enterrados en ese marco incomparable.
Restaurante Cal Travé .- Aconsejo llamar antes para reservar (977 89 21 65) o tener acento de Cádiz y despertar la misericordia del propietario; también conviene pedir arroz con conejo y el vino de la casa, y de postre “Travé-suras”; muy recomendable hablar con el susodicho propietario del poeta Joan Margarit.
Santuari del Tallat.- Como uno es un poeta católico, se siente en la obligación de parar en todos los lugares sacros que le salen al encuentro. Error. Tras un camino de cabras que tuve que subir casi todo el rato en primera, un edificio ruinoso en medio de la nada con una abundancia de moscas fuera de lo normal. Un cartel ruinoso dice que lo están restaurando, pero está por ver. De hecho no se veía un alma. Pusimos pies en polvorosa por el susodicho camino de cabras, ahora en cuesta abajo.
Monestir de Valbona de les Monges.- Mientras esperábamos que abriesen, en un bar, descubrimos un futbolín clásico. El futbolín es el único deporte al que he sido invencible siempre. Lo volví a demostrar para asombro de los indígenas (de uno, para ser más exactos). Y ahora, atención: la visita guiada vale su peso en oro, incluyendo broncazo del guía a quien osó mentar el esoterismo, los misterios de las Catedrales y a Dan Brown. Allí mismo, ante la tumba de la reina Violante de Hungría, con la autoestima por las nubes gracias al futbolín, un servidor se permitió el lujo de rogarles a unos catalanes que no se molestaran en hablar en castellano que yo ya les entendía, que todas son lenguas de España y olé. Mis sangres Lloret y Pascual de Blanes no estaban por la labor de que su biznieto andaluz y bocazas quedase como un bocazas y sí, milagrosamente. me enteré.
Acueducto Romano.- Que crucé, de la mano no de Leonor, que prudentemente se quedó esperándome, sino del vértigo de la historia. La vista (también la histórica) impresionante. A mitad de camino, me dio por pensar —recuérdese Cal Travé— en la posibilidad de que la cosa, tras dos mil años, se hundiera precisamente conmigo en lo alto. Me acordé del que le prendió fuego a la Biblioteca de Alejandría para alcanzar la inmortalidad y concluí que bueno, que no hay mal que por bien no venga.
El Arco de Bara- No pasé por debajo, sino por el lado y a toda velocidad, que llegaba tarde… y aún así...
Sitges.- El leve mar Mediterráneo que bate contra una murallita con un cañoncete: todo parecía como una maqueta —un poco de nostalgia, que ya era hora— del Malecón de Cádiz. Palacios graciosos. De pronto, en la playa, cientos de patines catalanes, que es el barco de vela ligera sobre el que transcurrió mi juventud. Emoción profunda, comparable incluso a la del futbolín.
Cena-. He olvidado el nombre del restaurante, ay estómago ingrato, pero jamás sus almejas con almendras.
Despedida y cierre.
Hermosas palabras que interpreto como muestra de modestia. Gracias por compartir los momentos gozosos.
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