Un reparo que suele ponerse a la poesía es que habla siempre de lo mismo: del amor desde luego, del desamor sobre todo, de la amistad, del peso del tiempo, del paisaje, de la melancolía... Los poetas más inteligentes lo avisan desde sus propios títulos, como Javier Salvago con Variaciones y reincidencias (1985) o Andrés Trapiello con El mismo libro (1989). Leyendo más, sin embargo, se descubren diferencias de matiz, que son uno de los principales encantos necesarios de la poesía, porque vienen a recordarnos que en esta sociedad de masas, aunque tan apretados, cada cual es cada uno.
En Escrito a cada instante escribió Panero a sus padres: “Pero, acaso, / hubiera dado todo, / simplemente, / por haceros felices. No he podido”. Versos que traen a la memoria inmediatamente los de aquel soneto de Jorge Luis Borges: “Mis padres me engendraron para el juego / arriesgado y hermoso de la vida, / para la tierra, el agua, el aire, el fuego. / Los defraudé. No fui feliz. Cumplida / no fue su joven voluntad…”.
Ambos poetas se sitúan ante la deuda enorme que todo ser humano contrae con sus padres: la de la vida, nada menos. (Hay que reconocer otra deuda similar con la suegra, a la que “por haber parido a la hermosura” bendecía el heroico poeta malagueño Francisco Fortunny: “¡Bendita, bendita sea mi suegra!”, llegó oh a exclamar.)
Más sobrios, Borges y Panero tienen clara conciencia de que la deuda filial es impagable y a la vez de que la moneda con la que podría pagarse es la felicidad. A partir de ahí, empiezan los matices.
Borges acierta al señalar que a los padres nada satisface tanto como la dicha de sus hijos, aunque peca de un punto muy suyo de egolatría y, por tanto, de grandilocuencia. No extraña que su soneto se titule “Remordimiento”. En todo caso, nos deja pensativos y ensimismados como un exigente examen de conciencia.
Leopoldo Panero simplemente, como él quiere, confiesa, generoso, su deseo de haberlos hecho felices, sin más. Su poema, que se llama “La vocación”, emociona.
Mi propósito era animar a leer poesía durante estas vacaciones, pero quizá este artículo con suerte a lo que en verdad anime sea a devolver algo de cariño a nuestros padres. Ojalá. Los poemas, en el fondo, o terminan sirviendo para hacernos un poco mejores o nada.
Entrada colosal. Me gusta la idea de la filiación responsable...
ResponderEliminar¿Y si a Panero en vez de mirando hacia atras lo ponemos "En el lugar del hijo"?
ResponderEliminarBorges siempre tiene peros, no como Panero ni como tú en este artículo.
ResponderEliminarMagnifico este artículo. Luminosa la reflexión sobre la filiación responsable. Voy a seguir tu consejo, me llevo poesía para Cádiz, EL APRENDIZ SECRETO, de Antonio Ramos Rosa y la Antología Poética de Pessoa UN CORAZÓN DE NADIE, editada por el Círculo.
ResponderEliminarCádiz y Pessoa son dos excelentes elecciones. De Ramos Rosa apenas he olido nada. Prometo acercarme a ese jardín. Gracias por señalármelo.
ResponderEliminarPor motivos que no vienen al caso, me ha emocionado mucho esta entrada. Me recuerda, en efecto, que nunca saldaré la cuenta que tengo con mis padres, y que la mejor manera de pagársela sea ser yo misma fiel a mi propia vocación. Y, cuando me toque, dejar que mis hijos también lo sean: es decir, no ser obstáculo, sino más bien estímulo o acicate, aunque no les entendamos o nos cueste asumir las decisiones que tomen.¡Qué difícil, Dios mío!
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