Yo unas obras no se las deseo a nadie; ni a Magdalena Álvarez, ministra del ramo, la pobre. Una mudanza, en cambio, se la deseo a Zapatero y paralelamente a Rajoy, a los dos por igual, para que vean lo centrista, neutral y ponderado que me he vuelto.
De las obras hablaré otro día o jamás, pues no me gusta venir al periódico a llorar más de lo necesario, que en vista de los motivos que nos dan, nunca es poco. Toda mi experiencia en el sector de la construcción se resume en una enseñanza nítida: nunca más.
Con las mudanzas es distinto. Para empezar, al poeta Juan Manuel Macías se le ocurrió que un buen nombre comercial para empresa de mudanzas sería Heráclito S.L., en honor al filósofo presocrático que pensó que todo fluye. La broma culturalista de mi amigo tuvo su gracia y, sobre todo, es verdad: las mudanzas al menos se mueven. Las obras, no. Una marca apropiada para empresa constructora podría ser Parménides S. A, en recuerdo del griego aquel que sostuvo que todo permanece estancado para siempre. De eslogan publicitario valdría: “Quien avisa no es traidor”.
Es tanta la movilidad de las mudanzas que, en concreto, mover la biblioteca ha sido un deporte de riesgo. Lo saben mis riñones. ¡Y luego dirán que leer es un hábito sedentario! Ha resultado, además, sorprendente, como entrar en una librería, pero en barato. No recordaba que ya tuviese libros tan interesantes, y aún por abrir. Me he prometido ponerme al día antes de volver a asaltar cualquier mesa de novedades. A los Reyes Magos les voy a pedir los libros que ya tengo, o les pediré —para no dejar de soñar con la magia de Oriente— el tiempo para leerlos.
Lo más emocionante, con todo, han sido los altillos de los armarios. Cuántos regalos de boda que no habíamos vuelto a ver descendieron de golpe. Hemos recuperado la ilusión de entonces, aunque ahora sin nervios. Qué bonito asociar a cada amigo con su regalo, que para eso mismo los hicieron.
Hay una última felicidad en una mudanza. Ninguna casa es pequeña viendo lo que cabía en ella. Como la nueva es algo más grande, tendremos espacio suficiente para acumular montones de cosas inútiles durante el resto de nuestras vidas. O sea, que mientras cargo cajas y más y más cajas celebro que nunca tendré que meterme en obras, qué consuelo.
[Grupo Joly]
Una de las buenas cosas de las mudanzas es encontrar cosas que se daban por perdidas. Eso me pasó en la última, que sólo fue parcial y en la que tanto aprendí del peso físico de la lectura.
ResponderEliminarSupongo que habrá roto previamente antes todo lo frágil para evitarle trabajo a los porteadores. Empaquete varias cajas vacias y luego cuando las abran insista en que dentro había un incunable valiosísimo. Cuando los mozos estén a punto de claudicar, dígales que les perdona si rompen esa lámpara tan fea que alguien pensó que pegaba con el color de sus ojos.
ResponderEliminarAy, tiempo para leer: eso sí que sería todo un regalo de los Magos. Yo ya sólo puedo leer a gusto en los autobuses. Gracias por citar mi prometedora iniciativa empresarial. Lo de "Obras Parménides" creo que tiene un gran futuro, sobre todo en Madrid.
ResponderEliminarTe sales, Enrique. Te sales. En Navidad espero que tengas tiempo para leer.
ResponderEliminarGenerosa Rocío, aunque sólo sea literalmente tienes más razón que una santa. Entre unos líos y otros, me salgo y yo lo que quiero (y lo que importa) es entrar... más adentro en la espesura. A ver en Navidad, que es el momento.
ResponderEliminarJa, ja, ja, me ha encantado lo de que la mudanza es la traca final.
ResponderEliminarY más vale que lo sea, porque si no significa que te vas a vivir con los operarios aún dentro de la casa. Y esto es la puntilla para los nervios.
Así que has sobrevivido...¡Enhorabuena!
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