La tormenta de ayer por la mañana me sorprendió en casa de mis padres. Esperaba a que escampara con impaciencia y fastidio. ¡Tengo aún tantos regalos pendientes...! Hasta que desde la despensa oí lo que se decían en la cocina. Elizabeth, la chica peruana, le susurraba a la muy andaluza asistenta con su suave acento de ultramar:
—Mari Carmen, así llueve en la selva.
Y había en la frase nostalgia y reconocimiento, cierto didactismo orgulloso, mucha poesía. Salí a mis gestiones como quien regresa de un viaje por el trópico, enriquecido.
Bello, sencillo, poético.
ResponderEliminarGeneroso anónimo, muchas gracias.
ResponderEliminarMe pongo en plan Haddock y proclamo que todos (creo) hemos navegado al trópico y a los mares del Sur con esta joya de entrada. ¡Mil rayos (y truenos)!
ResponderEliminarEsto es bueno: enrique hacerte.
ResponderEliminarLas tormentas, leyendo tebeos de El Hombre Enmascarado. Como lluvia en la selva, supongo. Suena así, pero sin impaciencia.
ResponderEliminarYo escribí ayer mi elogio; quizá por ser ultramarino, no llegó: precioso.
ResponderEliminarLa lluvia en la selva cae al ritmo del tam-tam, y las huellas que dejan las gotas al caer forman pequeños surcos que de día confundimos con el rastro de serpientes. Muy extraño e intrigante, aunque terriblemente atrayente, como lo que debían estar haciendo esas damas en su despensa. ¿que había para comer?. Cuando llueve, tocan migas.
ResponderEliminarMuy lindo, si señor. Espero que los Magos de Oriente te traigan bonitos presentes a tu hogar. Un abrazo.
ResponderEliminarAl parecer, en la selva, como en la cocina, llueve en endecasílabos.
ResponderEliminarAy, que huele a melancolía...
ResponderEliminarQué texto tan sencillo y tan hermoso. Yo recuerdo esa lluvia a la que se refiere la muchacha. En Costa Rica, durante el tiempo en que yo estuve, sobre todo cerca de las zonas más selváticas, llovía casi exactamente a la misma hora todos los días y durante el mismo tiempo: empezaba a llover a eso de las 8.30 de la tarde y estaba lloviendo torrencialmente, como si fuera a acabarse el mundo, durante unos siete minutos (contados por el reloj). Luego cesaba, la tierra tenía un olor maravilloso, se empezaban a escuchar los trinos de los pájaros y volvía el calor que se te pegaba al cuerpo como si fuera miel. Y comprendía entonces eso a lo que se dio en llamar Realismo mágico.
ResponderEliminar¡Qué bonita! me ha traído más de un recuerdo. Aprovecho para desearte un feliz año, sin tormentas, salvo las que organizas aquí con tus rayos y truenos. Y abrazo a Leonor!
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