Por eso en los entierros de las películas americanas el ataúd baja con un mecanismo hidráulico, para que no se acuerden de la muerte al oír el crujido de sus huesos.
Discrepo Enrique (prometo no volver a hacerlo): lo terrible no es saber que hay que morir, ni oir que llega, sino precisamente no admitirlo. Supongo que es ahí donde debemos presentarle batalla, con dignidad.
Tu hipocondria tiene unos síntomas muy poéticos...
ResponderEliminarMuy machadiano o, lo que es lo mismo, muy bueno.
ResponderEliminarSi tus huesos escuchas
ResponderEliminarno tengas miedo:
mientras te quede oído,
no estarás muerto.
Otro problema
es saber si lo que oyes
vale la pena...
Con mi admiración por tan buena soleá, Enrique.
Por eso en los entierros de las películas americanas el ataúd baja con un mecanismo hidráulico, para que no se acuerden de la muerte al oír el crujido de sus huesos.
ResponderEliminarJoer, EGM, toco madera, lagarto, lagarto!!!!
ResponderEliminarMuy propio del tiempo litúrgico.
ResponderEliminar¡o sea que de incinerarse nada!
ResponderEliminarMe reafirmo en el propósito
ResponderEliminarde no incinerarme nunca
cada vez que limpio el polvo.
Te agradezco el consuelo,
ResponderEliminarquerido Octavio,
pero estar sordo y muerto
tampoco es malo.
Lo que es terrible
es oírlo, saber
que hay que morirse.
Discrepo Enrique (prometo no volver a hacerlo): lo terrible no es saber que hay que morir, ni oir que llega, sino precisamente no admitirlo. Supongo que es ahí donde debemos presentarle batalla, con dignidad.
ResponderEliminarUn poco luctoso el tema, pero me gusta.
ResponderEliminarCuando me crujen los huesos
ResponderEliminarmaldigo el frío que hace
en el puto cementerio.
Me castañean los dientes...
ResponderEliminarEn el vasto cementerio
siempre corre la corriente.
En cuanto que resucite,
lo primero, desde luego,
será mudarme de suite.