Lo que casi nunca ocurre, si ocurre, es al menos lo que se dice una experiencia, por muy fastidiosa que resulte. En cambio, “todo lo cotidiano es mucho y feo”, escribió don Francisco de Quevedo, que, por razones obvias, no alcanzó a conocer el Opus Dei y su entusiasmante propuesta de santificación de lo ordinario. Varias noches seguidas de insomnio no deben de ser fácilmente soportables sin una santidad extraordinaria. Hemos leído las quejas de Borges contra el insomnio de fierro o a Cioran condimentándolo con cítricas reflexiones suicidas o a Juan Bonilla (por no ir tan lejos) haciendo un juego de palabras (y una rima): “el insomnio es una pesadilla”.
Pero el insomnio —solo de vez en cuando y porque se abusó del café solo— tiene su encanto. Para empezar, un encanto literario, con tantos ilustres precedentes a los que sentirse unido por un hilo de ojos abiertos y raros ruidos repentinos. Y sobre todo el encanto de una mente inusualmente activa. Qué riqueza, de pronto, de problemas y preocupaciones. Desde los estrictamente económicos, como ese gran clásico del insomnio, la hipoteca, hasta otros más intelectuales, como la planificación rigurosa de los temas de mis artículos para los próximos lustros. Una noche de insomnio da para pensar también en el agua que suelta la lavadora y en aquella respuesta correcta que no se nos ocurrió en su momento, hace dos años, en una cenita con amigos, y para comprobar entremedias muy a menudo y minuciosamente si uno dejó la puerta bien cerrada con llave.
Google ha mejorado la calidad del insomnio. Antes, a uno se le atascaba un nombre o una cita y ya podía empezar a dar vueltas en la cama como en una parrilla. Hoy basta volver a levantarse hasta el ordenador y —tras comprobar, de paso, otra vez, la puerta— preguntarle a la pantalla, como a un espejito mágico, la cuestión ésa tan trascendental. Con las dudas resueltas, la noche deja tiempo para el sentimentalismo. Emociona oír la respiración plácida de tu mujer, velarle su saludable descanso y asombrarse de que la vida haya unido dos destinos tan dispares: el suyo, fotogénico y sereno, y éste mío, inquieto e insomne.
Mañana me arrastraré por las esquinas... Vale, sí, pero ¿quién me quita lo bailado, las minuciosas reflexiones y los sentimientos al por mayor? ¿O esta completa seguridad de que la puerta estuvo muy bien cerrada toda la noche? Si inusual, el insomnio es un sueño.
Enrique, te superas a ti mismo (lo que no es nada fácil).
ResponderEliminarQué barbaridad, tocayo. Esto de los blogs es un regalo que nos hace nuestra época (por compensar), como subraya hoy Ignacio. Justo ahora acababa de leer la apocalíptica entrevista a las que nos remites desde tu blog, y pensaba: ¿cómo agradecerle esto a Baltanás? Sin saberlo estábamos juntos.
ResponderEliminarMucho me temo que la mayoría de los insomnes no sabrían sacarle ese brillo de "ensueño" a su no poder dormir y se quedan con su "pesadilla" en mate. El que esto escribe, hace algunos años, tras tres noches de insomnio, escribió este parrafito: "¡Qué bien nos acoge la cama cuando estamos muertos de sueño y qué bien nos expulsa cuando padecemos insomnio! He pasado tres noches sin pegar ojo, y, de no haber comparecido cierto humor, habría sido horrible. Una y otra vez me acordaba de Macbeth, del insomnio cruel que tuvo que padecer después de su asesinato, y de aquel ucraniano que, tras salir de un coma profundo provocado por el envenenamiento del que había sido objeto por parte de su mujer, nunca más pudo dormir. Tampoco faltó cierto usufructo poético, “yo, vigilante de la noche, patatín y patatán”, pero maldita la gracia. ¿Quién puede soportar que todo, día y noche, sea un continuum sin transición, sin corte, sin ruptura, sin nada para puentear de una jornada a otra, que sigamos vivos durante el pasaje nocturno sin poder morir un poco? Por eso, durante el día me parecía tener la cualidad heladora de los fantasmas y los condenados, una conciencia tan al vivo (¿o tendría qué decir “tan al muerto”?) que cualquier cuchillo podría afilarse en ella".
ResponderEliminarGracias por tu entrada, Enrique. ¿Y debo decir "felices sueños" o "felices insomnios", después de leído lo leído?
Un abrazo.
Pero tu no vivias en un pueblo? Que es eso de la llave?
ResponderEliminarVivo en un pueblo, anónimo urbanita, pero no en los años cincuenta, quillo.
ResponderEliminarMucho más fuste tiene la objeción de Suso (y su texto ya no digamos). La trampa de mi artículo es que, efectivamente, una noche en vela no es insomnio más que para cierta pose literaria.
Yo descubrí recientemente argumentos irrebatibles sobre el nacionalismo postmoderno (para el blog) en un duermevela agitado.
ResponderEliminarMis mas o menos frecuentes noches en vela las capeo de dos formas diferentes:
ResponderEliminar1ª Fase, donde los problemillas cotiidianos comienzan a adquirir unas dimensiones sobrenaturales y el agobio me hace dar vueltas, casi febriles, sobre mi misma.
2ª Fase, en la que opto por merodear por la casa cual alma en pena, y en la que los ogros vuelven a lo profundo de sus cavernas. La vida, y mis pensamientos, comienzan a serenarse y tomo conciencia de la fugacidad de los hechos, de los seres.
En ese estado de pseudo-metafísica mi mente tiene momentos preclaros, y de ellos saco muchas veces lo mejor de mí.
Un saludo,
Mery
BOTÓN DE MUESTRA
ResponderEliminar... el viernes por la noche no pegué ojo. Había rescatado esa tarde a mi mujer de la Redacción de Libertad Digital TV y regresamos caminando a casa. Antes de cruzar la vía que tan incómodamente secciona Murcia en dos mitades irregulares, me topé con una óptica, tal vez venida a menos a lo largo de los últimos treinta años, que se llamaba "Pío XII". Tuve tiempo, a las 4 de la madrugada del sábado de preguntarme si hoy a una Óptica la bautizarían "Juan Pablo II" o "Benedicto XVI"... Confiseo que de la crítica de la cultura y de las costumbres pasé a otros asuntos más peregrinos.
No, que no soy urbanita. Ahora vivo en el campo, y hasta casarme (hará siete años) vivia en un pueblo. Y ni ahora ni en ese entonces se me hubiera ocurrido lo de echar llave si ibamos a estar fuera de casa menos de una semana. En las ciudades si, pero en un pueblo me ha sonado muy raro.
ResponderEliminarEl problema del insomnio, no es que aparezca un día o dos, el problema real viene cuando no te da la oportunidad de extrañarle, no te deja solo ni un momento; pareciera ser que está en una guerra a mano armada con el gran Morfeo, y nosotros somnolientos padeciendo las consecuencias de dicha lucha vamos por las calles como zombies, deambulando por las calles, desarrollando locuras, ¿quién es capaz de tolerar 24horas consecutivas la realidad? Al final, es verdad, el proceso creativo pareciera acrecentar pero a la par de la tortura de la propia cabeza que no cesa de auto-dialogar, auto-presionarse, auto-enloquecer.
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