Las lecturas como cerezas, entrelazadas, fue la imagen bucólica que usé el otro día. La imagen que me ha venido de pronto ha sido la de las lecturas como uvas que procuramos tomarnos al son de las doce campanadas. Nunca da tiempo y se mezclan en nuestra boca el dulzor y el ahogo, la prisa y la risa, las pepitas y el zumo, unas con otras... Las campanadas, mientras, nos pisan los talones, se precipitan. Una uva nerviosa espera en la mano alzada y muchas otras aguardan en el plato todavía.
Bueno, a veces dejamos que esas uvas se vuelvan pasas para releerlas.
ResponderEliminarQué comentario más dulce, Carmen. Como todo lo tuyo, que da gusto releerlo.
ResponderEliminarMuy bonita imagen y más acertada con el estilo de vida de los tiempos que corren, o más bien: con los que corremos en el tiempo. ¡Gracias!
ResponderEliminarlo importante será que no suene el toque de tentenublo...
ResponderEliminarOjalá los libros pendientes fuesen sólo doce, como las uvas...
ResponderEliminarqué poética te ha salido la entrada. ¡Proema!
ResponderEliminarQué cosas. Ayer compré yo en la librería, digo, en la frutería, un precioso racimo de uvas. Acabo de leerme unas cuantas.
ResponderEliminarHay un riesgo terrible: el de atragantarse. Es cierto que nuestra moderna forma de vida nos fuerza a hacer uvas de las cerezas, pero no lo son. El hueso es duro, el sabor más potente, la textura exige masticación... quien tratara de hacer la experiencia navideña de comer cerezas en lugar de uvas, celebraría su última noche vieja, en todo caso debiera tener cerca una ambulancia. Si nos fuerzan a la experiencia, quizás mejor pasarse a la sandía.....
ResponderEliminarMuchas gracias a todos. Y muy buen apunte de A día de hoy. Efectivamente, los libros son cerezas y requieren su tiempo. Lo aviso JRJ: "El mayor asesino de la vida es la prisa, el querer llegar a las cosas antes de tiempo, que es pasarse de ellas".
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