Arrímate a mi queréEntonces, cuando menos lo esperaban, saltó la liebre, y se puso a fardar de que era el animal más rápido del mundo. Los demás la felicitaron y, cumplido el trámite, trataron de retomar su conversación, pero ella insistía en el autobombo. “Qué veloz soy, cuánto lo soy, oh, mucho más que vosotros, pobres criaturas retrasadas”.
como las salamanquesas
s’arriman a la paré.
Arañada en el caparazón de su orgullo (o de su paciencia), la tortuga le propuso una carrera. “Será universitaria, ji, ji”, replicó con desdén la liebre. “No, no, ¡olímpica!”, sentenció parsimoniosa la tortuga.
La liebre que, gracias a las fuerzas del progreso, estaba algo alfabetizada, murmuró entre dientes: “Ésta idiota se cree que no conozco mi Esopo y que voy a dormirme en los laureles. Esta vez no, ni con un ojo abierto”. Acto seguido subió la apuesta: “Vale, competiremos, vacilante tortuga, pero si gano tienes que dejar que te incruste unos rubíes con la palabra “LOVE” en el caparazón. Serás un regalito para mi pareja, ¿hace?”.
“¡Qué cosa tan horrible!”, exclamó la tortuga, que se llamaba Cordelia, “pero la acepto si me permites fijar las condiciones de la carrera”. “O.K.”, contestó la liebre con suficiencia y dominio del inglés. “La carrera será”, dictaminó Cordelia, “hasta el horizonte y vuelta”. “O.K.”
La abubilla dio inmediatamente la salida: “Uno, dos y... tres”, gritó, bajando la cabeza cada vez con más brío, como una bandera de Fórmula 1. Salió la liebre disparada, repitiéndose el nombre de Usain Bolt para no caer en el craso error de mirar a los lados y perder así unas milésimas de segundo que la separasen de la gloria de un récord imbatible. En posición de salida, la tortuga había puesto cara de esfuerzo, pero no dio un solo paso. Cuando la liebre estuvo un poco lejos, comentó: “Cuánta razón tienen los que aseguran que su cola trae suerte. A mí me alegra tanto... verla alejarse”, y volviéndose con una satisfecha lentitud hacia el lagartijo, le animó: “Nos estabas contando que...”
¡Genial! ¡Bravo!
ResponderEliminarQué bueno. Dejemos a los fanfarrones a lo suyo; nosotros, a lo nuestro.
ResponderEliminarLo del caparazón con el love en diamantes, genial, y el resto también, por supuesto. Da gusto leerte.
ResponderEliminar¡Muy bueno!Y lo del LOVE en el caparazón genial, jaja.
ResponderEliminarLa posmodernidad puso de moda revolver mitos y fábulas para hacer bueno al lobo y malo al cordero, pero tú has dado una vuelta de tuerca: has revisado el mito para hacer lista a la tortuga que antes era sólo constante y buena. Me gusta.
ResponderEliminarBillante e inteligente texto. Jugosa soleá a la salamanquesa, y sin que tras su lectura se plantee duda alguna... Cordial saludo
ResponderEliminarNo me puedo aguantar las ganas de decir que la liebre se llama Rex Mottram: ¡erudición la mía!
ResponderEliminarMe gusta la soleá, sobre todo puesta en la boca del lagartijo. Más flamenco y torero no lo hay.
ResponderEliminarA cada uno lo suyo aunque me deje sin casi nada. La soleá de lagartijo es original de José Luis Tejada.
ResponderEliminarLa idea original de los diamantes en el caparazón de la tortuga fue naturalmente parisina, no recuerdo ahora de quién . Rex, esto es, la liebre, la copia de allí.
ResponderEliminarCordelia.....como la protagonista de Diario de un Seductor, de Kierkegaard. ¿Pura coincidencia?.
ResponderEliminarQué entradón, qué itinerario, qué carrera de fondo, qué fondo... Y qué justo: las tortugas son tan venerables como las vacas. Yo me he criado con tres tortugas de tierra, sé de lo que hablo. En nombre de ellas (de Petra, de Floro y de Catalina), gracias.
ResponderEliminarMe ha recordado al decadente protagonista de muchas páginas de Huysmanss, que, en su fatal aburrimiento, se entretuvo un tiempo en incrustarle piedras preciosas a un galápago, porque quería encontrar una armonía de movimiento, en contraste con la alfombra. Qué cosas.
ResponderEliminar¡Archigenial!
ResponderEliminarCordelia y Rex de Brideshead... (uno sin saber tanto disfruta de como dialogan entre lineas los fanáticos de la obra de Waugh, Arp y EGM).
ResponderEliminarMi tortuga se llama así, Manupé, por Cordelia Flyte, de los Marchmain de toda la vida. Pero cabe la posibilidad de que Evelyn Waugh, que no daba puntada sin hilo, sí que le estuviese echando un ojo a Kierkegaard. Gracias mil por el dato.
ResponderEliminarOtro dato agradecible es que fue Huysmans el de la tortuga con diamantes. Yo dudaba entre él y Des Esseintes.
Y gracias a todos por los ánimos, que vienen estupendamente, dicho sea de paso.