Las llaves del coche, las de la casa, la cartera, la tarjeta de crédito, el móvil, las gafas, las gafas de sol, las gafas de buceo, el cargador del móvil, el portátil (para escribir este artículo), la conexión USB (para mandarlo por internet), el cargador del portátil, las pastillas para la alergia, para el estómago, para el dolor (posible) de cabeza, varios libros de poesía, una novela, una revista, un bloc para tomar notas, un bolígrafo, un lápiz, un sacapuntas, la cámara de fotos, el cargador de la cámara de fotos, la toalla, la protección solar, la maleta, la bolsa de aseo, el cepillo de dientes…
Todo lo anterior -y la seguridad de que me olvidaba algo- sólo para pasar un día y medio en casa de unos amigos a menos de cien kilómetros de mi pueblo. Mientras iba repasando las cosas que no podía bajo ningún concepto olvidar, he sentido una oleada muy grande de compasión por los veraneantes.
[Sigue aquí, pero el meollo sentimental del artículo es esto y punto.]
Yo no siento compasión por los veraneantes; ya se sabe que sarna con gusto... Es curioso cómo tendemos, yo el primero, a compadecernos de gente que pasa por lo que nosotros creemos que son penurias, pero el concepto de penuria es subjetivo: lo que para mí es penar puede ser gozar para otros. Es muy difícil evitar la autorreferencia.
ResponderEliminarVer el mar bien vale la molestia. Y luego está la alegría del regreso al hogar, que para muchos es lo mejor de las vacaciones.
ResponderEliminarPues yo pensaba en tener compasión de Leonor, esperándote para salir...
ResponderEliminarJuan Ramón se llevó una vez hasta el propio Platero...
ResponderEliminarYo procuro ir con lo mínimo para poder echar de menos cosas de las que creemos imprescindibles y que así me sea más fácil la vuelta.
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