Leonor es humana, aunque yo, en mi papel, la platonice un poco en estas páginas. Daré una prueba. Entre las cosas de mi abuela, a mi padre le tocó una pareja de retratos de mis tatarabuelos. Con pietas propia de Eneas, los mandó restaurar. Y ahora están flamantes, pero no caben en las paredes de su casa, atestada. Le propongo a Leonor acogerlos en la nuestra, más minimalista. Pero la casi siempre idílica se niega:
—No es porque sean feos, los pobres, ni porque sean de tu familia, eh, sino que los cuadros no son buenos.
Toma platonismo, muchacho, me digo.
El tema de cuadros de antepasados que hereda uno de los cónyuges de un matrimonio es un tema que daría para entradas o libros de lo más suculentos.
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