En otro blog leía un comentario de CB con el mismo interés de siempre y hasta un poco más, si cabe. Tengo comprobado que para leer bien conviene ir un poco por delante de los ojos, a tientas, adivinando. Eso permite o bien una satisfecha comprobación o mejor aún una refrescante sorpresa. Y así iba yo ayer, deslizándome por sus líneas: "... una mirada especial, un don para hacernos sensible la belleza humilde, si puede decirse así, si no es una..." Y entonces levanté la mano como un alumno empollón y nervioso: ¡una paradoja o una contradictio in terminis!, grité. Pues no, muchacho: "una redundancia", decía CB. Lo curioso es que teníamos razón los dos. Ella, por supuesto: una belleza soberbia es imposible. Pero también yo: la belleza, incluso la de las cosas más pequeñas, es siempre trascendente e inabarcable. Vi claro que humilde no es lo contrario de grande, ni mucho menos, sino apenas de vanidoso.
Ya lo sabíamos, ya, pero sentirlo, uf, es otra cosa.
Muchas gracias, Enrique, amabilísimo como siempre.
ResponderEliminarSí que es una contradicción y quizá la señal de que hay algo misterioso en la belleza ¿no?: esa unión estrecha, a la que quizá nos hacemos más sensibles con el pasar de los años y las cosas, entre lo vulnerable, lo frágil, lo humilde, lo que es pero puede dejar de ser en cualquier momento, y la belleza.
Tienes que leer a Simone Weil, cómo explica ella esa percepción de la belleza del mundo en su docilidad, en su fragilidad, en su consentimiento. También la aurora y el ocaso, o el mar tempestuoso o el desierto estrellado (no sólo la urraca absorta con el papel de plata o el reflejo sorprendido en el cristal de la ventana), con todo su esplendor, son humildes y obedientes. "Es la obediencia perfecta lo que constituyue su belleza", dice S.Weil, no su grandiosidad.
Tiene un pasaje, por cierto, en Pensamientos desordenados, en el capítulo titulado "El amor a Dios y la desdicha" (ella incluso señala la existencia de un vínculo entre desdicha y belleza: la desdicha es una de las puertas -la alegría perfecta, la otra- por las que el orden y la belleza del mundo, la obediencia de la creación a Dios nos entra en el cuerpo), en el que habla de "la fragilidad de las flores de los cerezos, que acrecienta su belleza", que me hizo recordar una entrada tuya de hace tiempo con un almendro en el retrovisor.
Dice también SW (estoy pesada, pero es que me he tirado en su escuela todo el verano y ha sido un deslumbramiento)que: "El esfuerzo mediante el cual el alma se salva, se parece a aquel con el que se mira". Es decir, que la belleza, que es "lo eterno aquí abajo", sólo precisa atención (no alojar en ella nuestras fantasías) para salvarnos ya aquí abajo, como aquella serpiente de bronce que sanaba de las mordeduras a quien la miraba...
Miradas que salvan, o que curan al menos... eso sí que uf.
(Me volví a pasar, lo siento, voy a tener que abrirme un blog para comedirme en los ajenos. Un abrazo)
Tienes toda razón. Y esa contradicción la intentó resolver la Weil, precisamente: "En général une condition de l’extrême beauté est d’être presque absent, ou per la distance ou par la foiblesse. Les astres son inmutables mais très lontains ; les fleurs blanches son lá, mais dejà presque détruites". Ahora, la relación que ella propone con la obediciencia no la conocía y me interesa mucho, naturalmente. Te obedeceré, pues, y leeré Pensamientos desordenados, que creo que es lo que me falta. Y qué maravilla, que tampoco sabía, lo de la desdicha (y la alegría). Así se hace menos terrible la tristeza, ¿verdad? Cuántas cosas nos salvan, gracias a Dios.
ResponderEliminar[Como lectores saldríamos ganando si te abres un blog, pero no los nuestros.)
(¡Oh!)
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