He seguido pensando lo de ayer: de nuestros artículos —poemas, cuentos, entradas de blogg o artículos propiamente dichos— a Dios le debe de servir todo. A diferencia de nosotros, tan exqusitos [será la naturaleza caída], Él mira más que nada las intenciones. Con la posteridad, venerable diosa pagana, tiene Flannery más razón que un santo: a ella sólo le sirve lo bien hecho, y a la actualidad, vertiginosa diosa moderna, casi cualquier cosa le vale... y le deja de valer al segundo.
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Pensarlo me ha calmado una antigua inquietud. Se dice que en el Cielo entonaremos canciones con los coros angélicos. A algunos eso les suena aburrido y han gastado bromitas con que lo divertido es el infierno, ji, ji. Dios me libre. Como tengo tan mal oído, a mí lo de cantar con y como los ángeles me parece una imagen perfecta de la bienaventuranza: lo más. La música tiene un efecto anfetamínico, es a la vez inalcanzable e interior, su ritmo une, las letras se elevan sobre las notas.... Oh. Me parece, ya digo, una buena imagen y mucho más: una música vale más que mil imágenes. Pero como yo canto mal, siendo generoso, temblaba al pensar en la otra vida: “¿Me dejarán tatarear un poco o estaré en el Cielo como en el autobús de las excursiones del colegio, teniendo que ir calladito y sin tocar las palmas, mirando por la ventana, para no estropear la fiesta?” Pero lo he visto (oído) claro: a Dios todo le sonará a las mil maravillas, inclusive lo mío. No es que el amor sea ciego (y sordo) es que, sutil teólogo, no ve (ni oye) los defectos, que son lo que no son. Bien vistos, son invisibles. En cambio, para todo lo demás, el amor tiene unas lentes limpísimas de aumento. Qué cantes por alegrías, ay madre, me voy a marcar yo en el Cielo.
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Nada de esto lo he pensado solo. Después de escribir la entrada de ayer, me fui a un entierro. Era de la madre de un amigo-compañero-jefe, que llevaba años enferma en un asilo de las carmelitas. Antes de la misa, salió una monja (supongo) al ambón y leyó un retrato de la difunta. Entonces caí. Aquel artículo no estaba especialmente bien hecho, tampoco mal, y reposaba fundamentalmente sobre tópicos, pero a la vez tenía algunos aciertos, que yo, que no conocí a la finada, atisbaba con emoción porque varios de sus rasgos eran reconocibles en su hijo, mi amigo, que los ha heredado. Y entonces pensé en lo de Flannery O’Connor, en lo que había escrito esa mañana en el blogg y, poco a poco, en todo lo que digo arriba. El texto de la monja (presunta, porque iba de laica) nos estaba sirviendo a nosotros y demostraba un cariño grande, insobornable, por la enferma, que desde la eternidad lo agradecerá. A Dios seguro que le valía. Fue bonito ver sobre el terreno que la literatura puede ser una obra de misericordia.
Según San Pablo, "Omnia in bonum"... ¿o ando errado?
ResponderEliminarSaludos
Eso es lo que tiene la literatura. Es como un autobús, igual puede llevar a unos niños de excursión, que a un equipo de futbol a un partido fuera de casa, que a un pelotón de soldados a la muerte.
ResponderEliminarY a nosotros nos corresponde elegir que queremos contar a través de la literatura y que queremos que la literatura nos cuente a nosotros.
Y hablas de que a Dios todo le sirve. ¿Y a nosotros, los humanos, que presumimos de estar hechos a semejanza de Dios? ¿No debería, por lo tanto, servirnos también todo?
Un padre prefiere el balbuceo de su hijito al mejor discurso de Demóstenes.
ResponderEliminarQué bien que hables de música, ese fruto espiritual de la materia (del aire, el metal, la madera...).
Jilguero
Jilguero completa su anterior comentario: No es que la música sea fruto espiritual de la materia. Es fruto de la inspiración del compositor. Pero llama la atención que para conseguir su efecto maravilloso deba valerse de materiales tan materiales.
ResponderEliminar"Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". Parece que eso es lo único indispensable, la buena voluntad, ¿no?
ResponderEliminarLa que no tenía Caín, pero sí tenía Abel. Y no me vas a comparar un cabrito, por escuchimizado que fuera, con unas remolachas. Siempre es más estiloso y brillante un cabrito balador.
La buena voluntad, ese es el fondo y la forma. Y gloria para Él, y paz para nosotros.
Me ha gustado y agradezco mucho esta continuación. Te honra. Porque seguro que no es cierto que tarareas tan mal, y sí lo es que eres un gran articulista.
De todos modos, la frase de Flannery supongo que no hay que sacarla de su contexto, y que en el fondo no le dice a su amiga más que eso, que para servir a Dios y a la posteridad tienen que hacer bien lo que saben hacer bien.
Le daría la vuelta a la frase: Con los artículos hechos bien se sirve a la Dios y a la posteridad, y quitaría ese sólo excluyente y (Arana:) cejijunto.
ResponderEliminarJG-M