miércoles, 7 de octubre de 2009
Pobreza
“Negarse a admirar es la marca de la bestia”, nos advierte Gómez Dávila. Cernuda, sin embargo, se advierte: “bien pocos hombres que admirar te quedan”. Yo, para cumplir con uno sin perder la lucidez desengañada del otro, admiro por compartimentos estancos. Recomiendo el método: las admiraciones resultan así prácticamente insumergibles. Natalia Ginzburg, nuestra insigne lexicógrafa (véase el maravilloso y estanco Léxico familiar), da en sus Ensayos dos decepcionantes argumentos a favor de la legalización del aborto. Iremos poco a poco y hoy sólo citaré uno, no se me vaya a hundir de golpe —con compartimentos y todo— la admiración que le tengo. Sostiene ella que si no se legalizara el aborto sólo tendrían acceso a él los ricos. Vaya, pues eso es un argumento a favor de la pobreza. Argumento que agradezco: la pobreza la venía uno viendo como Quevedo: una fiera que espanta y que, aún siendo tan cristiana, tiene la cara de hereje. Ahora bien, si salva vidas, ya es otra cosa. Y últimamente, por lo visto, también salva algunos matrimonios.
Admirar por compartimentos estancos: qué lúcido. Te copio la frase.
ResponderEliminarEn vez de llevarte la contra con argumentos que, hábil, te las arreglas para anticipar (no confundir con desactivar) en el artículo, te recomiendo una deliciosa novela de Ruth Prawer Jhabvala (la guionista de las películas de James Ivory) titulada The householder. Es la historia de cómo llega a entenderse y amarse (por oposición a la suegra terrible) un matrimonio hindú arreglado según costumbre de allí. El que vivan en una sola habitación ayuda.
ResponderEliminarDoble agradecimiento, Ignacio.
ResponderEliminarY el de siempre, Javier.
Ya leerás a Gómez Dávila decir que el hombre intenta escapar de la pobreza y de la guerra, cosas de las que difícilmente se puede huir sin envilecerse.
ResponderEliminarHola, Enrique:
ResponderEliminarA mí también me sorprendió el artículo sobre el aborto de Ginzburg, y el argumento de la riqueza/pobreza tampoco me parece muy acertado. Pero me gustó que, aun siendo partidaria de la legalización del aborto, no se enrede en eufemismos y afirme:
"Cuando se quiere y se pide algo, es necesario llamarlo por su verdadero nombre. Me parece hipócrita afirmar que abortar no es matar. Abortar es matar."
En general, me parece muy interesante la perspectiva que adopta Ginzburg ante este tipo de cuestiones. Creo que no fue creyente hasta el final de su vida,y por eso me parecen admirables artículos como "Sobre creer y no creer en Dios", "La infancia y la muerte" o "El crucifijo en las escuelas".
Creo que, desde su pensamiento progresista, ella sí muestra una verdadera tolerancia y respeto al prójimo, y no la que presumen tantos "progres".
Por ejemplo cuando escribe:
"Pienso que una persona que no cree en Dios no tiene sin embargo derecho a decirle a su hijo: 'Dios no existe'. No puede enfrentarlo a esa convicción suya personal como si se tratara de una certeza universal [...] Alguien que cree y le dice a su hijo: 'Dios existe', manifiesta asimismo una convicción personal como si se tratara de una certeza universal, y comete un exceso [...] Sin embargo, un niño que oye decir 'Dios existe' podrá algún día, si quiere y si Dios no le resulta útil, deshacerse de él. No es difícil en absoluto, al contrario, resulta sencillo, para quien no quiere a Dios, hacer como si nunca hubiera existido. Este exceso, por lo tanto, es necesario, porque un niño ya está provisto de lo superfluo, o sea, de lo que para algunos es superfluo. Pero un niño que oye decir 'Dios no existe' ve levantarse a su alrededor murallas inexorables, y si un día quiere a Dios con él, tendrá que buscarlo más allá de esas murallas desiertas.".
Perdona por mi larga retahíla.
¡Un abrazo desde Tarragona a Leonor y a ti!
Inma
La verdad es que, cuando no se es capaz de vivir solo, uno tiene que hacerse a la idea de que ha de convivir con alguien que... ni fú ni fá. Si no es este/a, será el otro/a. La única solución posible no es el divorcio, que únicamente te llevará a otro divorcio (hay excepciones, como para toda ley), sino tomar la decisión de hacer del otro/a alguien que me resulte fú y fá. Con cariño, claro, si no es imposible.
ResponderEliminarEs una visión muy prosaica de las relaciones humanas, pero me parece que es la única que funciona y hace que las relaciones acaben por no ser nada prosaicas.
Y esto lo digo yo desde mi experiencia de soltería irredenta, ja, ja, ja. El caso es no callar.
Buen artículo y el argumento cinematográfico no carece de potencial...
ResponderEliminarun abrazo,
Alfredo
Isabel, tu visión no es prosaica, sino kierkegaardiana.
ResponderEliminarY qué bien verte por aquí, Inma. Sí, esas palabras de la Ginzburg sobre el aborto son muy necesarias. Y hay artículos, entre los que citas, muy impresionantes. El del crucifijo y la escuela, por ejemplo. El de la infancia y la muerte no lo recuerdo y en cuanto acaba de contestar voy a releerlo.
En cambio, no me quedé muy conforme cuando le leí que el padre ateo debe decirle a su hijo que Dios existe o no decirle que Dios no existe. Un padre debe darle a su hijo la verdad que tiene, y un agnóstico las dudas que tiene. Es un derecho y un deber. Creo yo.
¿Y te he dicho ya lo contento que estoy de verte por aquí? Saludos a Tarragona.
Viniendo de un profesional, ¡qué ilusión tu comentario, AFD!
ResponderEliminarEstoy conforme con tu disconformidad, Enrique, pero creí entender que Ginzburg en el fondo viene a defender -es arriesgado, tal vez- que el decir al hijo "Dios existe" -aun sin un firme convencimiento interior- nunca hará daño al niño, pero la negación sí podrá privarle de algo valioso en el futuro.
ResponderEliminarNo sé... tendré que pensarlo un poco más.
Decepcionante, en efecto. Lo de la Ginzburg, digo. Eso se ha llamado toda la vida "petición de principio": sólo puede aplicarse una vez que hemos convenido en que el aborto no es un homicidio.
ResponderEliminarEsa argumentación paupérrima de Ginzburg sobre el padre ateo parte, me parece, de un malentendido muy habitual sobre lo que ser ateo significa.
ResponderEliminarEse señor que empieza a explicar el mundo a su hijo por una negación no se parece a los ateos que conozco, no se parece a mí. No funciona así. El que no es creyente simplemente no considera el concepto Dios. A la hora de explicar cosas a su hijo empleará los conceptos que le parecen verdaderos, y el de un dios creador y personal no saldrá entre ellos.
Sólo si el niño pregunta por dios ese padre se planteará qué le dice, y entonces, como con los reyes magos o el triunfo del bien, manejará criterios de padre, no de articulista de prensa, y le dirá lo que le parezca más conveniente, verdad, mentira o mediopensionista.
Me contaron que, en un museo de una catedral, un niño le pregunta a su madre ante un crucifijo que quién es ese. Y la madre le contesta que no sabe. En España.
ResponderEliminarSe puede responder con una mentira, pero ante un buda seguro que no precisamos mentir.
Ah, pero esa madre (si existe) es mema.
ResponderEliminar¿Por qué la equidistancia? No descartes que Cernuda esté retratado en ese escolio de Gómez Dávila... y en muchos otros.
ResponderEliminarPues yo me apunto el guión esbozado en el artículo... si no lo plagian antes los americanos...
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