A mí ya sabes que me encanta el agua... que para mí es la gran fiesta. Y tienes toda la razón: yo firmaría con los ojos cerrados que los días corrientes son mejor que cualquier fiesta... salvo las navidades, que son algo más que una fiesta. Y las espero con más devoción que todas las adolescentes juntas aguardando a san viernes.
Permítaseme un elogio a los dos comentarios previos, a lo de Adaldrida de que "las navidades (...) las espero con más devoción que todas las adolescentes juntas aguardando a san viernes" y a la idea de convertir en prólogo ese artículo.
Parece que el hombre, ser frustrado de por sí, quiere eludir esta realidad con la fiesta, que termina convirtiéndose en otra fuente de frustración. Llevas razón al ver en el agua, en la vida corriente la auténtica fiesta. Así pensaba Basilio de Seleucia que, desde la esperanza, comenzaba una homilía pascual diciendo: Cristo con su Resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta.
¡Qué bien ese libro! Es una pena que se queden fuera las columnas cambembas, que no sé que son pero suenan muy atractivas. Y permítaseme un elogio a los cuatro comentarios anteriores, se nota que estamos de fiesta. Aunque a la luz del último y de la maravillosa cita de San Basilio, ya no serías un aguafiestas, sino como mucho un aguafiestolinas. Leyéndote lo que dice Thoreau, pensaba que si ese hombre supiera cómo transformar el agua en vino, no habría que compadecerlo en absoluto ¿no? En el fondo sería otra manera de decir lo mismo: el agua corriente es la fiesta, o vino bueno a diario (y de paso cuidamos el sector de las bodegas).
Permítaseme un elogio a los cinco comentarios previos. Llir entre cards vota por las navidades y quién no. Tampoco puse entre mis jolgorios terroríficos la Semana Santa, que también es algo más que una fiesta.
Gracias, JAGR, por la propuesta y a Ángel por secundarla. Es muy buena idea, pero aquí, en la intimidad de los comentarios, os confesaré que me hace ilusión cerrar el libro con el artículo a la muerte de mi madre. De ése para acá, serán otro libro. Ella leía, criticaba y corregía todas mis columnas con muchísima atención y será un libro escrito a cuatro manos, aunque quede entre nosotros. En todo caso pensaré lo del prólogo.
Efectivamente, el pensamiento de San Basilio de Seleucia, que no conocía y es bien bonito, es el que está por debajo de todo el artículo.
Y como fin de fiesta, CB. ¡Sí, el sector de las bodegas hay que cuidarlo! Y el Señor en Caná fue el auténtico aguafiestas, porque convirtió el agua en vino. Y ahora recuerdo vagamente en Jesús de Nazaret de B16 unas páginas preciosas sobre el agua y el vino, que tengo que volver a leer.
Precisamente, Enrique, en eso pensé. En las reflexiones de BXVI sobre el significado de la transformación del agua en vino en las bodas de Caná y sobre la riqueza inagotable de sentido en el primer milagro de Jesús: como Epifanía, como anuncio de la gracia: de la fuerza de la gracia para convertir el amor natural en sobrenatural (y la vida de diario, incluso la más aperreada, en vida de fiesta), como muestra de la mirada atenta de la Madre y de su absoluta confianza, y del oído presto del Hijo, y de la abundancia divina, porque no es un vino cualquiera, es el mejor y es al final... La mirada atenta de la madre, sí que es hermoso que sea vuestro libro.
A mí ya sabes que me encanta el agua... que para mí es la gran fiesta. Y tienes toda la razón: yo firmaría con los ojos cerrados que los días corrientes son mejor que cualquier fiesta... salvo las navidades, que son algo más que una fiesta. Y las espero con más devoción que todas las adolescentes juntas aguardando a san viernes.
ResponderEliminarEnrique, acabas de publicar el prólogo de tu antología. Porque, además, es de antología. Bravo.
ResponderEliminarPermítaseme un elogio a los dos comentarios previos, a lo de Adaldrida de que "las navidades (...) las espero con más devoción que todas las adolescentes juntas aguardando a san viernes" y a la idea de convertir en prólogo ese artículo.
ResponderEliminarParece que el hombre, ser frustrado de por sí, quiere eludir esta realidad con la fiesta, que termina convirtiéndose en otra fuente de frustración.
ResponderEliminarLlevas razón al ver en el agua, en la vida corriente la auténtica fiesta. Así pensaba Basilio de Seleucia que, desde la esperanza, comenzaba una homilía pascual diciendo:
Cristo con su Resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta.
¡Qué bien ese libro! Es una pena que se queden fuera las columnas cambembas, que no sé que son pero suenan muy atractivas.
ResponderEliminarY permítaseme un elogio a los cuatro comentarios anteriores, se nota que estamos de fiesta. Aunque a la luz del último y de la maravillosa cita de San Basilio, ya no serías un aguafiestas, sino como mucho un aguafiestolinas.
Leyéndote lo que dice Thoreau, pensaba que si ese hombre supiera cómo transformar el agua en vino, no habría que compadecerlo en absoluto ¿no? En el fondo sería otra manera de decir lo mismo: el agua corriente es la fiesta, o vino bueno a diario (y de paso cuidamos el sector de las bodegas).
Que te pongas pronto bueno.
Permítaseme un elogio a los cinco comentarios previos. Llir entre cards vota por las navidades y quién no. Tampoco puse entre mis jolgorios terroríficos la Semana Santa, que también es algo más que una fiesta.
ResponderEliminarGracias, JAGR, por la propuesta y a Ángel por secundarla. Es muy buena idea, pero aquí, en la intimidad de los comentarios, os confesaré que me hace ilusión cerrar el libro con el artículo a la muerte de mi madre. De ése para acá, serán otro libro. Ella leía, criticaba y corregía todas mis columnas con muchísima atención y será un libro escrito a cuatro manos, aunque quede entre nosotros. En todo caso pensaré lo del prólogo.
Efectivamente, el pensamiento de San Basilio de Seleucia, que no conocía y es bien bonito, es el que está por debajo de todo el artículo.
Y como fin de fiesta, CB. ¡Sí, el sector de las bodegas hay que cuidarlo! Y el Señor en Caná fue el auténtico aguafiestas, porque convirtió el agua en vino. Y ahora recuerdo vagamente en Jesús de Nazaret de B16 unas páginas preciosas sobre el agua y el vino, que tengo que volver a leer.
Grandísimo artículo Enrique, para beberlo de vez en cuando. Lo de tu madre, que apuntás aquí, es hermoso, y es verdad, valga la redundancia.
ResponderEliminarEn el País Vasco, la normalidad es revolucionaria.
ResponderEliminarMás que aguarme la fiesta, me has fiesteado el agua. Sólo puedo darte las gracias por esta columna.
ResponderEliminarPrecisamente, Enrique, en eso pensé. En las reflexiones de BXVI sobre el significado de la transformación del agua en vino en las bodas de Caná y sobre la riqueza inagotable de sentido en el primer milagro de Jesús: como Epifanía, como anuncio de la gracia: de la fuerza de la gracia para convertir el amor natural en sobrenatural (y la vida de diario, incluso la más aperreada, en vida de fiesta), como muestra de la mirada atenta de la Madre y de su absoluta confianza, y del oído presto del Hijo, y de la abundancia divina, porque no es un vino cualquiera, es el mejor y es al final...
ResponderEliminarLa mirada atenta de la madre, sí que es hermoso que sea vuestro libro.
Gracias por la columna, fantástica. Saludos de otro griposo.
ResponderEliminar