Después de toda la tarde dando vueltas en el centro comercial, nos íbamos por fin. Pero notamos algo extraño. Nos volvimos y miramos a través de los escaparates. Lo que se asemejaba a un violento caos seguía desarrollándose allí. Había gritos, músicas atronadoras, afiladas miradas a los espejos de los probadores, discusiones, prisas, pagos y larguísimas colas de espera. Lo extraño era que eran todos iguales. Desde detrás de los escaparates mirábamos de las personas a los maniquís, y de los maniquís a las personas, y de las personas a los maniquís de nuevo; pero resultaba imposible decir quién era qué.
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