Pasa el día un amigo con un escritor fecundo, brillante y reconocido, y por la noche, al escribirme, me hace este diagnóstico: "No pierde en las distancias cortas: ni complacencia ni maledicencia". ¡Oh, qué ejemplo!, exclamo sin ironía, casi sin envidia, con admiración doble: al escritor y a mi amigo, que supo verlo y expresarlo. Es la aplicación perfecta del In medio virtus aristotélico al mundo de la literatura.
"Ni complacencia ni maledicencia", me lo pido como lema.
Qué útil. Gracias.
ResponderEliminarEs mejor que el horaciano (creo) "ni envidiado ni envidioso"; porque ser lo primero no depende de uno; y, puestos a elegir, la envidia ajena es preferible a la propia.
ResponderEliminarJilguero