Una de las actividades de fin de curso que realizo con mis alumnos se llama “Lo mejor”. No es que lo mejor sea, puntualizo, que el curso acabe, sino que, cuando cualquier actividad termina, conviene pararse para ver qué ha sido lo más provechoso. Como soy un firme partidario, aunque no tan practicante como me gustaría, de predicar con el ejemplo, voy diciéndoles lo principal que he aprendido de cada uno ellos, uno tras otro. Luego les pido que me digan qué, con independencia del programa, aprendieron de mí. Qué van a recordar cuando pase el tiempo y me encuentren en un supermercado y digan a su hijo: “Ese de ahí fue profesor mío y me enseñó que…”
Mi profesor de matemáticas de 4º de EGB, por irnos lejos, me enseñó a hacer el nudo de la corbata; un poco más tarde el de Sociales me descubrió al cantautor Paco Ibáñez y, por tanto, la poesía de Quevedo; el de dibujo técnico me dio unas clases prácticas de estoicismo, humildad y santa paciencia y el de Derecho Político, en primero de carrera, me introdujo en el complejo mundo de los esquemas sinópticos. “No hay profesor que no tenga algo bueno” es una frase que, aunque no dijo, bien podía haber dejado a la posteridad Plinio el Viejo.
Un alumno, llamado Párrega, por más que piensa, y pone cara de hacerlo, no logra acordarse de nada que yo le haya enseñado nunca jamás. Vaya. Espero, al menos, que cuando haga la compra con su niño en el dichoso supermercado recuerde vagamente que ese hombre le dio clase de algo.
Me asegura que eso sí. Bueno. Otros (Francisco Hidalgo de la Cruz y Jesús Jiménez Lobo) consideran que lo mejor del curso fue sin duda cuando les nombré, con nombre propio y apellidos, en una entrada de mi blog. Ah, se sorprende uno. Resulta una respuesta rara, algo así como si le preguntas a alguien cuál es el mueble que más le gusta de tu casa y te contesta que el espejo porque allí se ve a sí mismo. Una respuesta, a primera vista, un tanto egocéntrica.
Aunque luego lo pienso mejor (con el estoicismo geométrico de mi antiguo profesor de dibujo) y me alegro. Han comprobado en carne propia mis alumnos la sustancia narrativa que tienen sus vidas. Y, por tanto, las inmensas posibilidades de escritura que conlleva la libertad personal. Son los protagonistas y pueden ser, en buena medida, los autores. Si han aprendido esto, me puedo dar con un canto en los dientes. Muchas gracias.
Terminar las cosas bien es todo un arte. Me encanta tu modo, yo también lo hago al terminar el curso, aunque no puntualizamos tanto.
ResponderEliminarLo de ser nombrado: no creas que es necesariamente egocentrismo: necesitamos cierto reconocimiento de nuestra persona para vivir, un tú que nos haga ser yo. Aunque, como en todo, también hay excesos que conviene moderar.
Pareces un profesor magnifico!
ResponderEliminarOjalá alguno de los que tengo tuviera en cuenta algo más que su egocentrismo o su miedo.
De lo que han aprendido contigo se acordarán con los años...
ResponderEliminarEs curioso que, en medio de la tormenta de datos, sean detalles tan humanos, tan poco científicos, los que dejan una huella resistente. Creo que ver sus nombres en tu blog les dice que te importan, les hace reales, personas que dan y no sólo alumnos que reciben. Ay, si en vez de llenarlos como cubos les dejásemos ser...
ResponderEliminarCuriosamente buscaba mi nombre en google, y me tope con este blog, no podeis imaginar la alegria q me a dado, y hace 2 años q di clases con este profesor pero aun recuerdo lo fascinado q me dejaban algunas anecdotas de clase, me hacia mucha gracia cuando algun alumno desviava el tema de la clase para q no siguiese explicando, pero siempre acavavamos aprendiendo algo,. En fin Enrique Garcia Maiquez, un saludo de tu alunmo jesus jimenez lobo.
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