viernes, 21 de enero de 2011

Osito

Carmen salió ayer a merendar. Se la llevó Leonor, que había quedado con sus compañeras de la bodega. Esas meriendas son eternas, eternas. Amparo y yo salimos, desazonados, a despedirlas. Luego, la casa, entre el frío y la noche, que caía lenta e inexorable, y el silencio, parecía muchísimo más grande. Los pasillos se alargaban. Yo leía y leía en el cuarto de estar, cada vez más gris. De pronto, del fondo de la casa, oí al osito mecánico de Carmen que decía: "Canta conmigo: uno, dos, tres, cuatro..." Y luego: "Vamos a aprender los colores: rojo, azul, verde y aaamariiilooo". Amparo, cincuenta y pico años, estaba jugando con él.

3 comentarios:

  1. ¡Qué bien describes esa sensación de la casa vacía! Y el contrapunto melancólico del juguete sin dueño.
    Aunque a veces, verás el año que viene, hay momentos en que uno desea que haya muchas meriendas en la bodega y un silencio grande en casa.
    Eso sí, después se acogen con ganas los ecos de la risa en el aire…

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  2. No sé quién me da más pena, si tú leyendo sin leer, Amparo jugando sin jugar o el osito. Sólo falta Carbón contemplando la puerta.
    (No pillo lo del otro subtítulo.¿Cuál?)

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  3. Gracias a ambos. En vez de "Una tormenta de ideas..." lo del borrador, CB, eso era el posible subtítulo, pero ya veo que claro no se ve, ay.

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