sábado, 21 de mayo de 2011

Cada uno, su cruz

Cada uno lleva —nos avisa la ascética— su cruz a cuestas. Yo la mía la cargo en la muñeca izquierda. Es el reloj. Gestiono mal el tiempo y nunca lo tengo para nada y siempre voy tan corriendo que me salgo por las curvas de su esfera. Razón de más para soñar con el Cielo: allí no habrá tiempo que nos persiga ni al que perseguir, corriendo en redondo y en ridículo como en las películas de cine mudo. Aunque sólo fuese por eso, ya sería el paraíso. Por ahora, miro las manecillas y veo los brazos de una cruz, pequeña, claro, porque es mía. Y, por eso, cambiante, distorsionada, en desorden, a veces casi de san Andrés, o de san Pedro, nunca perfecta. Normal: es la mía. Y tengo que amarla por eso. 

2 comentarios:

  1. Y si no es una cruz, es un toro astifino, ay,

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  2. Sí, David, así es. Pensé no publicar esta glosa por eso mismo, por tocar una misma angustia que en el poema que tan generosamente recuerdas. Pero vi matices distintos y dije "bueno". ¡Y además llevaba mucha prisa como para seguir ahí parado, pensando…!

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