La primera vez que pintó Carmen fue el domingo por la mañana. Lo hizo sobre mis rodillas (en todos los sentidos, pues la tinta llegó a mi pantalón) y sobre la revista Clarín, sobre las versiones de las rubayatas de Omar Jayyam de Javier Almuzara. Le hizo muchísima gracia ver el trazo tembloroso e imborrable que dejaba su mano. Yo vi, como quería Omar o Almuzara, quién sabe y qué importa, a la airosa rosa mecerse con la brisa.
La primera vez que le di un cate fue el domingo por la tarde, domingo de la Divina Misericordia. Pataleaba como un futbolista mientras le ataba los zapatitos y puse pie en pared. Quédose quieta, pero lloró amargamente, no por el dolor (fue un cate-caricia), sino por la vida, y tenía razón, como la niña de Góngora. Su madre oyó algo raro en ese llanto metafísico y preguntó: "¿Qué ha pasado?" "Nada", mentí. Como Carmen es muy buena, me perdonó enseguida y se echó al suelo, a andar, de mi mano, con sus flamantes zapatitos muy bien atados.
¡Huy! ¡Un cate!
ResponderEliminarTe van a mandar al correccional de padres no correctos y a Carmencita al psicólogo de guardia.
¿Hasta ahora no había pintado? Te debes referir al papel... las paredes, puertas, muebles y demás también cuentan... ¿no?
Porque yo de eso tengo para varias exposiciones.
Cierto bloguero atribuye a Lope el “lloraba la niña”; y cuando esperaba comentarios aclaratorios encuentro sólo uno: “que bueno es Lope y que olvidado está”. No lo sabes tú bien, pienso. Y también en lo mal que le sentaría al padre de la niña, que le confundieran con Lope a quien había encasillado diciendo: “Potro es gallardo pero va sin freno” y “con razón Vega por lo siempre llana”.
ResponderEliminarJilguero
La alegría de que Carmen ande -y como niña con zapatos nuevos- y la pena de que tengas que pasar por eso para eso.
ResponderEliminarEs un texto precioso.