Cuando en un pueblo tratan
mal a Jesús, su discípulo más amado, Juan, y nuestro santo patrón Santiago, le
proponen a dúo que pida que caiga fuego sobre las cabezas de los indígenas y los abrase. Jesús
les riñe por esa ardorosa falta de caridad. Al otro discípulo predilecto, a san Pedro, nada menos, le reñirá también cuando echando mano a la espada (que llevaba) le cortó
una oreja a Malco —a propósito, si yo fuese ganadero de reses bravas, a un toro
lo llamaba Malco ya mismo—. Como se sabe, Jesús estaba por el amor y por el
perdón y va corrigiendo a sus duros discípulos, pero quizá también tendríamos que
considerar un hecho: Él, que podía haber escogido a los que quisiera, no los
prefirió pusilánimes, ni mucho menos.
...gente de buen corazón y mal carácter...
ResponderEliminarCreo que los amables Hijos del Trueno se inspiraron en Elías que tampoco era pusilánime. Lo que corrigió Jesús en ellos no fue -me parece- su mal carácter -no eran monjas ni vendedores de enciclopedias- sino su precipitada interpretación de la Biblia.
ResponderEliminarQué bien visto.
ResponderEliminarPues qué quieres que te diga, me vale para Pedro que tomó cartas en el asunto pwersonalmente, pero los otros dos me parecen en esa ocasión más unos pelotas acusicas a la sombra del fortachón: huy, lo que te ha dicho, pártele la cara.
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