Algunas veces me he lamentado aquí por el violento golpe de soledad y edad cuando paso solo junto a un grupo de adolescentes. No ayer. Pasé a través de una pandilla numerosa de chicos y chicas, y ellas con patines, además, con lo que me gustan a mí los patines, y se reían, y eran muchos. Pero hacía cinco minutos, al salir de casa, había encontrado en el buzón un librito de Ramón Eder, titulado La vida ondulante, que está dedicado a un señor de lo más dedicable, a Karmelo C. Iribarren, y que debe su título al recuerdo que Josep Pla hace de Montaigne (trae la cita), y que abrí al azar, dándome de bruces con este oportuno aviso: "Si nos alejamos mucho de una tentación, caemos en la siguiente" y que en su nota de autor enumera como maestros, además de a Renard y a Lec, que son de los míos-míos, a Chesterton y a Borges, que también son de los míos, pero que no escribieron aforismos, con lo que estaba Eder guiñándole un ojo a mi alter ego el Barbero del Rey de Suecia… Parecería solo: iba muy acompañado. Apreté —un apretón de mano— el libro en mi bolsillo, agradecido.
Y qué verdad es esa, querido Enrique. Nunca menos sola que con un libro inteligente y cómplice.
ResponderEliminarA través de un curioso vericueto, que sólo se produce en este laberíntico camino de las redes, he llegado hasta aquí, y aunque quizá sea en silencio, o hablando poco, por aquí me quedaré, con su permiso.
ResponderEliminarPermiso, no: agradecimiento. Y en ninguna mejor que en esta entrada, que habla de la compañía.
ResponderEliminar¡Yo ya tengo mi ejemplar! Dos veces bueno. Lo aprieto a ver si os llega este saludo.
ResponderEliminar¡LLEGA, LLEGA!... Gracias por el saludo, ACdR.
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