Carmen nos volvió a dar una noche de perros, pero la tengo por ganancia. Se quejaba de algo en la boca, se la miramos y no tenía nada, y a las cinco de la mañana se pimpló un biberón entero. Yo entonces dejé de preocuparme, supuse que lo que quería era dormir con sus padres, y que las quejas tenían su pizca de quejío, como una diminuta flamenca por siguiriyas. Me dediqué a disfrutar. No por masoquismo, no. Para hacerme entender, tendré que remontarme bastante años atrás, quizá más de veinte. Por entonces empecé a admirar ese verso de Luis Rosales en La casa encendida que habla de unas chicas que "se lloraban durmiendo". Cuánto he intentado imitar tan electrificante cruce de verbos. Sin conseguirlo. Y anoche Carmencita, como quien no quiere la cosa, sin dificultad alguna, según iba pasando la noche se quejaba: "Duele siguiendo, duele siguiendo, duele siguiendo".
¡Oh, ahí estaba!
¡Bueno buenísimo!
ResponderEliminarEso es el cante jondo, eh.
ResponderEliminarMe encantaría ver ese verso en el siguiente poemario.
Oye, al final... ¿qué tenía?
ResponderEliminarGracias a los tres. No tenía ná, Rocío, cante jondo. Arsa.
ResponderEliminarQué pasada, lo lleva en los genes...
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