Un copo perdido a merced del aire es una imagen de vanidad más desgarradora y simbólica que un cadáver. Igualmente, un insólito perfume nos pone más tristes que un cementerio, o una indigestión nos vuelve más pensativos que un filósofo. ¿Y no es cierto que, más aún que las catedrales, nos vuelve más religiosos la mano de un mendigo que, en una gran ciudad en la cual nos hemos perdido, nos muestra el camino a seguir?
Sí, quizá empiece demasiado grandilocuente, aunque lo de la indigestión es capaz de arreglarlo todo. Pero ese arranque retórico hacía falta para alcanzar rápido la temperatura para el maravilloso final: es el mendigo, su mano —con la que pide— la que nos da, y no cualquier cosa, sino el camino a seguir, y nos habíamos perdido, y en una gran ciudad. El honor de las catedrales se salva por el "aún". Y nos volvemos también nosotros más religiosos leyéndolo. ¿No habrá sido el cínico Cioran, el descreído, el sempiterno suicida, el mendigo cuya mano nos ha señalado el camino?
¡Cómo sois los poetas! me gusta esta interpretación.
ResponderEliminarLo que no entiendo es lo de la vanidad del copo de nieve, ni la del cadáver, ni la tristeza del perfume. Así somos los prosaicos.
Ayer, yendo a Monforte de Lemos, crucé por Monte Faro -el cogollo de Galicia: todo nevado; la carretera, por suerte, no. Caía algún copo y como cada vez que los veo -de cinco en cinco años ahora- me alegró mucho que cayeran en mi honor.
ResponderEliminarNo digo yo que fuese lo mismo si viviese en la Rumanía de principios del siglo XX, eh.
¿Y cuál es el camino a seguir?
ResponderEliminarW-o-w.
ResponderEliminarEl camino a seguir es, en esta prosa, la reverencia al mendigo.
ResponderEliminarPero en general, en Cioran, es un tema interesante: su trasfondo moral entre tanto rollo suicida, felizmente nunca puesto en práctica. De eso hablaré, D. m.