Entre lítotes, hablo de los problemas enrevesados de la Casa Real. Entre ellos, se me cuela una preocupación más biográfica mía: la de ese humor que vampiriza el prestigio desde el cual se hace. Juan Carlos I ha tirado mucho de él, como digo; pero yo no estoy libre de pecado: las bromas sobre poesía; con los alumnos, jugando a ser el profe simpático; con la religión, o con la autoridad paterna. ¡Qué difícil encontrar el equilibrio entre la gracia justa y el respeto debido a lo importante!
BRILLANTE,COHERENTE POCAS VECES E LEÍDO UN ARTICULO TAN BUENO
ResponderEliminarAviso a neo-monárquicos de Nicolás Gómez Dávila: "Utilidad social" es criterio que degrada un poco lo que pretende justificar.
ResponderEliminarEn realidad, ¿qué es lo importante? ¿qué es aquello de lo que no se puede bromear?. Pocas cosas.
ResponderEliminarLo que no se puede es perder el respeto por el cargo cuando se ejerce la autoridad. Cuando eres tan campechano, tan campechano, que no pareces rey sino republicano (pareado involuntario, pero ahí queda), estás poniendo en duda tu cargo y tu autoridad.
Lo mismo les ocurre a los padres que pretenden ser amigos de sus hijos, que ponen en duda el sentido de la paternidad.
Los que no hemos sido nunca monárquicos, gracias al rey lo somos cada vez menos. Claro que, si para defender la república acudimos a la segunda que hubo en España... pues menos aún.
Por lo único que me parece que la monarquía puede tener algún sentido es por la formación, estudios y preparación recibida para servir a la patria (me da pudor utilizar este término tan mal visto, pero no hay otro que signifique lo mismo y tengo que eliminar tabúes). Vistos los presidentes de gobierno que hemos tenido y podemos llegar a tener, parece que el rey les supera. Claro que, si después de esa preparación no se está dispuesto a ejercer el cargo y no lo puede ejercer otro... ¡menudo problema!
Verdaderamente, de un tiempo a esta parte la Real Casa está promoviendo el cambio hacia una República, de la que nos disuaden los partidarios de la Segunda. Dado el sistema de selección de los gobernantes propio de los partidos políticos, aboga, como nuevo factor de legitimación en favor de una monarquía, el miedo a ver en la Jefatura del Estado a cualquiera de los nombres que nos han gobernado desde la transición. En este sentido quizás sea la forma monárquica la que mejor contribuya a que al frente del Estado haya lo más parecido a una persona normal. Claro que también cabe preguntarse que para qué queremos a una persona normal en ese puesto si no va a proteger a su pueblo de las ocurrencias de los gobiernos.
ResponderEliminarJilguero.
Repito aquí el mensaje que acabo de enviar al periódico; no es la primera (ni la cuarta) vez que envío uno y no aparece:
ResponderEliminar"No sé a cuántos republicanos conocerá el autor del artículo, pero su generalización es absurda. ¿Todo republicano es "rancio y revanchista"? Está visto que incluso EGM, normalmente tan ponderado, es incapaz de evitar la división entre buenos (los suyos, claro), y malos (los otros, quién si no). Y es que la realidad en blanco y negro es más cómoda, y fácil de manipular, que la otra, la verdadera".
Uy, el Padre Anónimo defendiendo la Realidad Verdadera. Qué fundamentalista se nos ha hecho.
ResponderEliminarDice el DRAE (sí, ése que pone de los nervios a alguno), como definición de "fundamentalismo": "Exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida". Le gustaría a uno que le explicaran qué tienen mis intervenciones aquí (que si de algo pecan es de insistir machaconamente en contra de las visiones de lo real en blanco y negro, o sea de todo lo contrario) de "fundamentalistas". Yo más bien creo, ingenuamente, que dicho adjetivo sería aplicable a alguno de mis contradictores. Pero obsérvese que yo no lo utilizo; como también he explicado más de una vez, a los argumentos se responde con argumentos, no con descalificaciones personales; que, sobre estar de más en una conversación civilizada, de nada sirven. Porque si uno afirma, digamos, que dos y dos son cuatro, por execrable que personalmente sea, no dejará de tener razón en eso. Y al revés: si asegura que son quince, ya puede ser la mejor persona del mundo, que en eso al menos estará equivocado.
ResponderEliminarMenos mal que no utiliza usted nunca lo de fundamentalista, Padre Anónimo. Sólo nos dice que piensa que lo somos y que eso de lo que acusaba al artículo de "ver la realidad en blanco y negro" también lo es.
ResponderEliminarSu coherencia interna, por tanto, sigue al nivel de siempre; pero me alegra ver que va ganando fe en que es posible conocer la "Realidad Verdadera" que defiende.
Copio y pego, del artículo: "el gran puntal de la monarquía son nuestros republicanos, tan rancios y revanchistas". Mi afirmación es exactamente la contraria: ni "los republicanos" son "rancios y revanchistas", ni lo son los monárquicos. Entre los unos, como entre los otros, los hay efectivamente "rancios y revanchistas", como también los hay que son todo lo contrario, gente lúcida y con verdaderas ganas de entenderse y convivir con el otro. Y esa afirmación de EGM (lo mismo que si hubiera hecho la contraria, a saber, que los monárquicos son "rancios y revanchistas") es, como ya dije, prueba de una visión de la realidad dividida en "buenos" (obviamente, los suyos) y "malos" (los otros).
ResponderEliminarLa realidad auténtica, es decir, la no simplificada de acuerdo con los propios prejuicios, NO ES ASÍ; está hecha de gente de muy diversa contextura moral, tanto de un lado como de otro.
Y "fundamentalista", suponiendo que sea ésa una palabra que tenga sentido aquí, es algo que sólo podría llamarse a los primeros, a los simplificadores (como, en esa frase, no otras veces, muestra ser EGM), y no a quienes, lejos de creer que unos son "rancios y revanchistas" y los otros, se supone, todo lo contrario, y lejos también de pretender de nadie el "sometimiento a una doctrina o práctica establecida", defienden que uno y otro punto de vista, monárquico o republicano, pueden defenderse con honestidad e inteligencia, sin "ranciedades" ni "revanchismos", y que desde ambos es posible el respeto al otro y la voluntad de entenderse.
(Fatiga un poco, la verdad, tener que explicar y volver a explicar lo obvio. Es difícil evitar la sospecha de que no es que no se entienda: es que no se quiere entender. En fin.)
Te comprendo y acúsome de lo mismo. Bromear con lo importante (y arrepentirse de ello de inmediato) tiene a mi ver dos posibles causas: la necesidad imperiosa de distender y no hallar otra cosa a mano; o la falta de confianza en uno mismo que te fuerza a "empatizar" con el auditorio, al que suponemos grosero e irrespetuoso.
ResponderEliminarCoincidir contigo, JSR, me consuela mucho.
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