El otro día un lector hizo la obra de caridad de alabar de mis reseñas el factor "Barbero del Rey de Suecia". Yo, que no me pongo jamás crema protectora, en cambio recuerdo más los elogios que los insultos. Me alegró más de una tarde y hasta ahora (¡gracias!). En mi última reseña a dos libros de Szerb (véase a la derecha el Trampolínk), se me escaparon estos dos deliciosos flequillos. Van:
La característica básicas de todos los don juanes es que son fáciles de agradar.
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Los libros son el más potente de los afrodisiacos, como se dieron cuenta de sobra Paolo y Francesca, y sin duda —para no llevar las cosas demasiado lejos— quizá también Abelardo y Eloísa.
Por cierto, que en otra página nos ofrece una advertencia indispensable: un escritor tenía un defecto fatal: "Nunca entendió la importancia de lo que no se dice". Oh.
En general, las palabras no dichas son mejores y más importantes que las que se dicen. Menos es más.
ResponderEliminarHay obras literarias malogradas por exceso de palabras. Un caso es "El nombre de la rosa", de Umberto Eco. Pudo ser una obra cumbre si hubiera eliminado 1/3 del libro. Pero no fue capaz de tirar a la papelera el fruto de sus manos. Hace falta valor.
También fuera de lo literario: en la vida real.
Muchas desgracias sobrevienen por exceso de palabras (palabrería), que a menudo es producto del tedio. De ahí que en los pueblos la vida sea insufrible (a causa de los dimes & diretes).
La mejor palabra del mundo es la que, en un momento de ira, uno logra (esforzadamente, denodadamente) evitar decir.