lunes, 19 de enero de 2015
Río Bravo
La tormenta rompió un árbol del jardín por la mitad, como un palillo de dientes. Salí a verlo bajo la lluvia, que caía a mares, y fue todo junto, la épica de la lluvia de cara, la sensación de propietario rural, evaluando daños, el alivio burgués de que el ciprés muriese haciendo el bien, sin caer sobre la valla, que hubiese destrozado, o sobre los coches... Entré en casa calado y contento. De espaldas a la chimenea, informé a todos: el árbol se dobló mansamente sobre la parte del jardín más limpia y clara. Tuvo santa vida y buena muerte. Tendremos leña propia para lo que queda de invierno y para el año que viene.
Fuimos a comer a Rota, bajo una lluvia furiosa e incansable. A mitad de camino, la carretera estaba inundada y la cruzamos con el corazón en un puño. Iba lento, en segunda, con las luces de posición y la mirada fija en lo que yo suponía que era el camino. Sólo se veía la corriente de lado a lado. Pasamos. Dejé a todos en la puerta del restaurante y aparqué donde pude, lejos. Volví a calarme. Y no paró de llover. Y a la salida, la misma operación. Mi padre y yo íbamos asustados, pensando en la carretera, pero volvimos a cruzarla, quizá con más dominio y experiencia. Daban ganas de arrear a los caballos del coche, que no sé, ay que desagradecido, cuántos caballos tendrá. Y todo el día esa sensación de aventura y autenticidad, como un niño grande.
Si el árbol estaba vivo, mucho me temo que para este invierno no tienes leña. Va a estar muy verde. ¡Hazle un poema!
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