jueves, 22 de enero de 2015
Vida de Manolo
Ayer tuve el día más tonto del año. No avanzaba en nada y, por tanto, llegaba tarde a todo. Tanto, tanto que me quedaba sin misa. Iba en el coche, acelerando, mirando el reloj, temiéndome lo peor. Aparqué malamente y me bajé convencido de que, para mi bochorno, me cruzaría con los fieles que salían. No. Y entré. Todavía estaban acabando la homilía, la capilla a rebosar. Era el funeral de un Manolo que había muerto joven. Resoplando, me acomodé en la esquina. En la acción de gracias, tras la comunión, el sacerdote contó que él le debía a Manolo mucho: le apoyó en una grave crisis personal. Animó a dar gracias a Dios por aquello bueno que Manolo había puesto en la vida de todos. Y de pronto me di cuenta que yo había podido ir a misa y comulgado y salvado, desde luego, mi día, gracias a Manolo, al que no conocí. Le debía lo más grande; y me sumé, emocionado, a la acción de gracias.
Qué emocionante...
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