viernes, 23 de enero de 2015

El cashmere harapiento y otros sucedidos


El artículo de hoy es mucho más de Rayos y truenos que de Trampolínk. No sólo porque hable de literatura, sino porque lo hago con un tono casual muy nuestro. A ver si no hay un lector del Diario que se me enfada por hablar de un autor al que no he leído, y decirlo tan contento. Desde un punto de vista periodístico, tendrá más razón que un santo, lo reconozco. 

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Lo bueno es que me pasé la tarde releyendo a Rosales. Nada más que en la primera parte de Oigo el silencio universal del miedo, la que supongo protagonizada por Antonio Hernández, qué de hallazgos:


[…] 
Un hombre circunspecto casi nunca es alegre. 
[…] 
Sólo es preciso amar para llevar el mundo en el bolsillo.  
[…] 
Lo que más calienta el corazón tenemos que vivirlo terminándose.  
[…] 
El paraíso es necesario hacerlo cada día, pues cuando el corazón llega a la cumbre se queda a la intemperie. 
[…] 
No debes olvidar que un rostro alegre siempre te está enseñando algo. 
[…] 
Cuando el amor termina aún nos queda escoger entre el humo y la sombra, cuando el amor se acaba aún tienes que elegir entre una forma y otra de quedarte sin nada. 
[…] 
El silencio tiene don de lenguas.  
[…] 
El silencio se ahonda cuando se calla en dos idiomas. 
[…] 
El amor es la única plenitud que no precisa madurez.  
[…] 
El sol nos saluda quitándose el sombrero cuando pasa una nube ocasional.  
[…] 
Los marineros son las alas del amor, según dice Cernuda, y él lo debe [de] saber cuando lo dice. 
[…] 
Hay que metodizarse alegremente.  
[…] 
La mujer siempre escucha porque tiene un teléfono en el oído que atiende todas las llamadas.
 […] 
Entre todas las cosas importantes que se pueden hacer en esta vida, la primera es seguir.  
[…] 
Un centímetro más en el sitio indicado justifica una vida.  
[…] 
La contemplación de un cuerpo de mujer nos hace hablar bajísimo para no despertar de estarla viendo.

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Hacer leña del árbol caído, cuando es literalmente, es noble:




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Aunque me estoy distrayendo, hoy y aquí tenía planeado hablar hoy del cashmere harapiento. Resulta que se me ha desvencijado del todo el jersey precioso que me regaló mi inolvidable abuela política. Es tan suave, aún, y tan calentito, que me resisto a tirarlo; pero no me lo puedo poner con Leonor, porque me riñe. Así que acudo al instituto con pinta de vagabundo:


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Y cómo no contar, aunque no lo tenía planeado y se alarga la entrada y tengo que irme a la ducha, que no llego al instituto, cómo no contar, digo, esta explicación de Carmen a Quique, oída al pasar: "Algo es gracioso cuando se ríen los demás, no uno". 



4 comentarios:

  1. Así, hecho una criba, tiene más encanto. Parecerás un gentleman farmer.

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  2. Ya sabe usted lo que decía Marañón: me despido de mis trajes como si fuesen viejos amigos. Y qué mal se está con ropa nueva.

    Saludos.

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  3. Hola, don Enrique.
    Su entrada me ha recordado lo que le pasó al hermano de un amigo mío. El buen hombre es fraile agustino y el domicilio que consta en su DNI es en una calle "elegante" de Madrid. La cuestión es que una tarde le paró la policía (imagino que por su indumentaria algo harapienta) y le pidió la documentación; cuando el hombre se identificó, el policía le regañó: “¿Usted cree que siendo fraile y viviendo en la calle tal se pueden llevar esas pintas?”

    Un saludo

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