Se me escapó un grito de júbilo, a pesar de mi prescrito silencio absoluto. Carmen me pidió que le enseñase a montar en bicicleta sin ruedines y yo, fiel al deber, allí que fui, pero temiendo por mis riñones y lamentando el destino trágico del padre tardío.
Sin embargo, a las dos vueltas, salió andando sola. No me lo podía creer, y grité, ay, de alegría.
Y lo mejor no fue eso. Corría (sí, corría, así es el instinto paternal) a su lado, por si tenía un desfallecimiento, y la oía decirse: "Vas con ruedines, vas con ruedines". Luego me lo ha explicado: "Imagino que los llevo puestos y así me siento mucho más segura". Ese método es muy mío y es un ejemplo de poner la ficción al servicio de la realidad, siempre más emocionante y peligrosa. Tuve otro ataque de júbilo, pero ya no grité, por la prescripción médica y porque la alegría iba mucho más honda.
Donde dice "bicicleta sin ruedas", debe decir "bicicleta sin ruedines". Las bicis sin ruedas aún no se han inventado.
ResponderEliminarMontar en bici sin ruedines. Antes fue nadar sin manguitos. Y lo siguiente será equilibrismos sin red, la vida misma.
(Sandra Suárez)
Muchas gracias, Sandra.
ResponderEliminarLa edad en la que el ninio empieza a nadar, a montar en bici, a leer es preciosa. Los padres se pasan el dia enternecidos y algo nostálgicos.
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