A pesar de todos los santos consejos de amigos, conocidos y
saludados de que aprovechase el silencio para crecer en vida interior, como un
cartujo, yo desconfiaba, adiestrado en la contemplación en medio del mundo.
El silencio absoluto como herramienta espiritual me era ajeno. Tras estos
meses, he de reconocer que estaba equivocado. El silencio para la oración se
puede conseguir ipso facto en el
momento de ponerte a rezar, pero el silencio vital, mantenido, sí sirve. Para
algo inesperado. Para perdonar del todo a los que alguna vez te ofendieron (que no
te habías dado cuenta tampoco de la herida abierta). Quizá su gran virtualidad para la
virtud sea refleja: como perdonamos por fin a quien nos ofendió, podemos
aspirar a ser perdonados del todo. ¿Y por qué funciona tan bien para perdonar?
Porque el silencio es delicioso y placentero y todo es poco; y el rencor es un
ruido. Un ruido insoportable.
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