“Las palabras se las lleva el viento”, sí, pero qué negativos somos, ¡y las que
trae, qué! Llevamos dos días charlando sin parar del levante que no para.
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Es tan amiga mía la pereza que me alegra la levantera porque me
cierra automáticamente, de un golpe de muñeca de mayordomo solícito, la puerta de casa.
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¿De dónde sale tantísima suciedad como saca el viento a la
calle?
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La luna flota en la noche de levante como el corcho en un
mar revuelto.
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HOMÉRICO
El árbol caído adquiere la dignidad de las derrotas épicas.
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Han faltado muchos alumnos de los más pequeños porque las madres han sido prudentes y maternales, pero uno no deja de temerse que se los haya llevado (flautista de Hamelin) el levante.
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Al cruzar una explanada se sorprende uno agradeciéndose su
sobrepeso.
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Las hojas que sobrevivan a este vapuleo van a encarar el
otoño con una autoestima perennifolia.
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(La doble n de “perennifolia” es un caligrama: la n, la hoja
que no se cae ni loca.)
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Francisco Bejarano habla del viento del Norte en este poema. Es por disimular con un septentrional toque culturalista. La experiencia biográfica que
alienta por detrás es el levante, evidentemente:
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¿Y si la fuerza ciega del levante fuese la suma de todos nuestros
suspiros de resignación, ays, por el levante que hace?
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Post scriptum, por ejemplo:
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Post scriptum, 2:
Paso por delante de la casa. Hace unos días me contaron que habían puesto muchas luces con sensor de movimiento y que así estaban más prevenidos contra los ladrones. Pero hoy el levante lo mueve todo y la casa parece la portada de la feria de Sevilla.
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Post scritum, 3: