La cara de satisfacción de Quique la veo desde abajo del autobús. "¡He matado una
avispa!", me informa a gritos desde la escalera. Quiere decir: "Te he vengado". No le miraré con desdén desde el Purgatorio, como le pasó a Dante con su bisabuelo, al que no había hecho justicia. Quique viene feliz, porque, aunque la venganza sea un plato que se sirve frío, él lo recalienta. Me cuenta el lance: "Hice plas contra el
cristal" y hace el gesto de un mate de tenis. "Y luego, mientras
caía, plas", una palmada en el aire, al vuelo. "Y me la he guardado
aquí, en el bolsillo", y me enseña unas alas y un cuerpo amarillo y negro, precioso, brillantísimo. Yo quiero pensar que no le riño por la viveza de su narración y por el peligro afrontado con tanto valor. Pero esa sonrisa que dice "el honor de la familia está
vengado" tampoco es manca.
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