miércoles, 24 de junio de 2020

Encrucijada


Carmen, en la playa, se acerca al parapeto de mi sombrilla lectora, se cuela en lo íntimo gateando y me pide: «Papá, cuéntame, algo, no me cuentas nada de nada». 

Me recuerda a su madre que, como ha leído a Natalia Ginzburg, me dice cada dos por tres lo que la madre de Natalia al padre: «¡No me das cordel!» Yo, sintiéndolo mucho, tengo que hacerme el arisco y seguir leyendo. Porque sé que el tesoro es lo secreto y que, si tienen ganas de que les cuente algo, es por lo poco que me prodigo. Si fuese más locuaz, pondrían pies en polvorosa.

En la balanza de mi corazón he preferido ser arisco y requerido, que no prolijo y cargante. También lo hago por ellas, porque es mucho más bonito ser una esposa anhelante o una hija solícita, que dos chicas achicharradas. Me sacrifico y me callo.




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