jueves, 25 de enero de 2007
Almendro
Obedeciendo al GPS, tomo una curva mientras subo con la otra mano la calefacción al máximo. Y entonces veo un almendro en flor. Se trata de la belleza más poética, pienso al dejarlo atrás, dibujado en el retrovisor como en un lienzo japonés de seda. ¿Las razones? Primero, la sorpresa. No la sorpresa mía personal en la curva, que no importa, sino la de la flor en pleno invierno, cuando más aprieta el frío, como una promesa que al hacerse ya está cumplida. También el contraste de —en esos troncos negros y resecos— una delicadeza blanca y/o rosa, que parece posada en y no nacida de las ramas hirsutas. No es su último mérito la pequeñez: la rosa es evidente y pomposa; la flor de almendro, en cambio, no se impone, siempre al borde del camino. Y al final están sus frutos: generosos, duros como piedras, ibéricos, y alimenticios.
¿Un estilo no muy habitual en ti, no?
ResponderEliminarO sea, que al menos el almendro te ha sorprendido en la curva del blogg, ¿no?
ResponderEliminarEn mi casa anterior he disfrutado de un precioso almendral. Aunque es triste que la floración sea tan corta, ¿o no?
ResponderEliminarCreo que sí, de los más sutil y lírico de los últimos tiempos. Menos rotundo que otras veces y más sugerente. Preciosa tu entrada-haiku. Seguro que el GPS no te decía nada de un almendro en flor al borde del camino.
ResponderEliminarEn général une condition de l’extrême beauté est d’être presque absent, ou per la distance ou par la foiblesse. Les astres son inmutables mais très lontains ; les fleurs blanches son lá, mais dejà presque détruites.
ResponderEliminar(Para Javier L.)
¿Qué escribo antes: gracias o enhorabuena? Maravilloso texto, ya te he transmitido alguna vez que bordas estas impresiones intimistas que, justamente por contraste (no por oposición) sorprenden como las flores de invierno. Hoy al llegar a casa lo primero que he hecho es comerme unas cuantas almendras en tu honor. Memorable la imagen del árbol "dibujado en el retrovisor como en un lienzo japonés de seda". ¡Guau!
ResponderEliminarPara Simone Weil, ¿Enrique?:
ResponderEliminarGracias, pero me faltan dos o tres palabras para entenderlo bien. Mi francés, pese a lo que diga mi apellido (Liniers), es casi nulo. Sí comprendo que la extrema belleza tiene dos cualidades: la lejanía o la brevedad.
como una promesa que al hacerse ya está cumplida yo me quedo con esto. Bonita entrada, como dices tú, una prosa "con espíritu de haiku".
ResponderEliminarY yo con la belleza de la discreción: "La flor de almendro, en cambio, no se impone, siempre al borde del camino".
ResponderEliminary sólo por casualidad...dónde fue ese encuentro?porque yo daría un brazo por tenerlos en estos lares.aún recuerdo uno que vi hace años en la sierra de aracena, en uno de esos dias en los que no esperas nada bueno del paisaje, por llovido y gris.y allí apareció también aquel otro pequeño almendro, delgadito y poca cosa ,sobre el inmenso fondo verde mojado.su flor parecia papel rasgado sobre un fondo de montañas.el protagonista absoluto.
ResponderEliminar"sino la de la flor en pleno invierno, cuando más aprieta el frío, como una promesa que al hacerse ya está cumplida."
ResponderEliminarHe aquí el cogollo, Granenrique.
Qué ganas de escribir, tío, pero la vida... qué complicada (gozosamente).
Acabo de darme cuenta (porque he escrito el comentario antes de leer los demás), que he coincido con Anacó, de pleno. Me gustan esas coincidencias. (pero Anacó nos debe una foto).
ResponderEliminarHas entendido la cita de la Weil, Javier: es eso, la belleza tiene la condición de sernos ajena, o por distancia o por fragilidad, como las flores blancas del almendro, que están aquí, con nosotros, pero tan poco... Esa tristeza que sentimos es la nostalgia de los que aspiramos a Más.
ResponderEliminarAnónimo, nada como la sierra de Aracena, me temo. Vi el almendro florecido en una zona de mi pueblo que se llama "El Almendral" y que no ha perdido aún del todo la razón de su nombre. Entre ladrillos, asoma.
Beades, mis reproches son puramente egoístas (queremos más para sentir, leyéndote, nostalgia de Más), pero tú ni caso. No sólo porque hay cosas más importantes, sino porque la literatura quiere su tiempo y sus silencios.
A todos, gracias por romper la cáscara y escoger vuestro fruto. Que aproveche.
¡Gracias por tanta belleza!. Lo de "dibujado en el retrovisor como en un lienzo japonés de seda" es de lo mejor que te he leído.
ResponderEliminarAbusando de la confianza, se me ha venido a las mientes una cita de Goethe, que no me resisto a reproducir:
"A veces,
nuestro destino
se parece a un árbol frutal
en invierno.
¿Quién iba a pensar,
ante su triste aspecto,
que esas míseras ramas y espinosas ramillas,
reverdecerán,
florecerán con la primavera, y hasta darán fruto?...
Sin embargo,
lo esperamos,
lo sabemos".
"...una promesa que, al hacerse, ya está cumpida" (E. G-M).
Enrique, sigue así, sorprendiéndonos en cada nueva vuelta del camino.