El Estatuto no lo votó ni el tato. El miércoles pasado, catorce de febrero, yo desperdicié la oportunidad de ponerme romántico, que tocaba, y me dediqué a reflexionar sobre un referéndum que no interesaba prácticamente a nadie. Me equivoqué de tema. Hecha la autocrítica, ¿sería mucho pedir que Chaves y Arenas, aprovechando que hoy es Miércoles de Ceniza, hicieran lo propio? Porque al menos yo critiqué la estulticia estatutaria cuanto pude, pero ellos estaban entusiasmados. Eran los únicos.
También es cierto que se puede remediar mi error con mucha más facilidad que el suyo, que nos sitúa en un follón político y jurídico sin marcha atrás. Si hablo ahora de amor, aunque no sea San Valentín, tendrá sentido: para los enamorados todos los días son fiesta; es lo que tiene.
Confieso que de vez en cuando escucho las radios comerciales, y asombra comprobar hasta qué punto todas las canciones giran en torno al viejo sentimiento en sus más variadas modalidades: naciente, correspondido, despechado, imposible, agonizante o dice que olvidado y todavía doliente… La poesía culta y la popular también han dedicado sin pausa sus delicados esfuerzos a analizar los infinitos movimientos del alma que conocemos con la palabra “amor”. Seamos democráticos y reconozcamos que, en ese sufragio o referéndum que el amor gana cada día y todos los siglos por mayoría absoluta y con una abstención mínima, el pueblo acierta.
La política no provoca tanta pasión, ni la merece, y menos ésta que sobrellevamos. Hemos asistido en el breve febrero al significativo contraste entre la anorexia estatutaria y la movilización ciudadana de San Valentín con sus regalos, felicitaciones y SMSs, por no hablar de la euforia carnavalesca. En la sociedad palpita, por lo que hemos contemplado, cierto liberalismo instintivo que desconfía de las iniciativas públicas y se dedica a los asuntos privados con fervor.
Ya sabemos que en los momentos iniciales del enamoramiento no se piensa en otra cosa, como reflejó Hilaire Belloc en este epigrama dialogado: “—¿Cómo estuvo la fiesta en Portman Square?/ —No lo puedo decir; pues Julieta no fue./ —¿Y la de Lady Gaster, cómo salió?/ —No lo sé, pues Julieta junto a mí se sentó”. Pero poco después, porque el bien es expansivo, los enamorados vuelven a interesarse por los problemas del mundo, siempre que estén a la altura de sus corazones. Una política más entregada, con una preocupación auténtica por los principios y por los demás, sí movilizaría a la gente. Buena falta nos hace. En cambio, los cálculos partidistas y las maniobras tácticas de nuestros prohombres no se merecen ni un paseo a votar.
[Grupo Joly]
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